En La Rioja, tierra de vinos y paisajes que enamoran, la mayoría piensa inmediatamente en Haro o Logroño cuando se habla de sumergirse en su cultura vitivinícola, buscando bodegas centenarias y el ambiente vibrante de sus calles. Son nombres potentes, destinos consolidados en cualquier ruta enológica que se precie, lugares que atraen a miles de amantes del buen beber cada año con su oferta consolidada y su tradición. Sin embargo, más allá de estos epicentros conocidos, existe un rincón que guarda su esencia más pura, un secreto a voces para quienes buscan autenticidad y una conexión más profunda con la tierra y su historia, un lugar que ofrece una experiencia distinta, alejada del bullicio, prometiendo desvelar matices inesperados del alma riojana.
Este secreto no es una bodega aislada en medio de la nada ni una ruta olvidada en el mapa turístico, sino un pueblo entero, amurallado y anclado en el tiempo, que vive por y para el vino, pero de una forma singular, casi ancestral. Su nombre evoca historia y paisaje, un lugar donde el pasado romano y medieval se entrelaza con la modernidad de bodegas de vanguardia, todo ello bajo la atenta mirada protectora de la Sierra de Cantabria, que define su horizonte y su clima. Es un destino que no solo ofrece catas comentadas o visitas a viñedos, sino una inmersión total en un estilo de vida donde el vino es el eje central, demostrando que el verdadero tesoro de esta región a veces se esconde en los lugares menos obvios, esperando ser descubierto por los paladares más curiosos y aventureros que se atreven a salirse de los caminos trillados de La Rioja.
EL ENCANTO ESCONDIDO DE LA RIOJA MÁS AUTÉNTICA
Si uno se adentra en la comarca de la Rioja Alavesa, al pie de la imponente Sierra de Cantabria cuyas cumbres a menudo se cubren de nieve en invierno, se encuentra con un paisaje que parece sacado de un cuento, salpicado de viñedos que cambian de color con las estaciones, pasando del verde intenso primaveral al ocre y rojizo del otoño, creando un mosaico de colores que es un regalo para la vista. A diferencia de las zonas más conocidas de La Rioja Alta o Baja, con sus llanuras fértiles y bodegas que se extienden por kilómetros a lo largo del Ebro, esta subcomarca tiene un carácter distintivo, marcado por una historia de frontera que se palpa en sus fortalezas y una orografía accidentada de colinas y valles que ha esculpido tanto el paisaje dramático como la forma tradicional de trabajar la tierra y elaborar el vino, en parcelas más pequeñas y a menudo en pendiente, adaptándose a las peculiaridades del terreno. El pueblo del que hablamos, Laguardia, se asienta majestuoso sobre una colina, una fortaleza natural elegida por sus pobladores desde la Edad Media que ha protegido a sus habitantes y sus tesoros, principalmente sus preciados caldos, a lo largo de los siglos, ofreciendo desde sus alturas vistas panorámicas que quitan el aliento y permiten comprender la inmensidad de los viñedos que lo rodean y que son parte fundamental de la identidad de La Rioja.
Caminar por sus calles empedradas es un viaje al pasado, una experiencia que poco tiene que ver con el bullicio o la estructura urbana de ciudades más grandes como Logroño o Haro. Aquí, el ritmo lo marcan las campanas que repican desde las iglesias y la conversación tranquila en sus plazas, un ambiente íntimo y recogido que invita a la pausa y a disfrutar de cada detalle con calma, desde los escudos nobiliarios en las fachadas de piedra hasta los aromas a tierra húmeda y vino que emanan misteriosamente de sus bodegas subterráneas dispersas por todo el entramado urbano. Es precisamente esta escala humana, su preservación casi intacta y el hecho de ser mayoritariamente peatonal, lo que lo convierte en ese tesoro para los amantes del vino, un lugar donde la relación entre el visitante y el productor o el hostelero es más cercana y personal, sintiendo la verdadera alma de esta parte de La Rioja de una forma que trasciende la mera degustación.
LA RIOJA BAJO TUS PIES: LOS CALADOS CENTENARIOS
Lo que realmente distingue a este pueblo de muchos otros lugares con tradición vinícola son sus entrañas, un fascinante y extenso laberinto de bodegas subterráneas, conocidas popularmente como «calados», excavadas directamente bajo las casas y las calles a lo largo de siglos de historia. Estos calados no son meros almacenes improvisados; son el corazón histórico y literal de su producción vinícola, creados artesanalmente para mantener una temperatura y humedad constantes y óptimas de forma natural durante todo el año, condiciones ideales para la conservación y crianza pausada del vino en una época donde no existía la tecnología de control climático que hoy consideramos indispensable en cualquier bodega moderna. Recorrer alguno de estos túneles centenarios es descender a las raíces mismas de su tradición enológica, sentir el frío que emana de la piedra, oler la tierra húmeda y el persistente aroma a vino dormido en las barricas, una experiencia sensorial profunda que conecta directamente con el saber hacer ancestral de La Rioja y sus gentes.
Aunque hoy en día muchas bodegas modernas con instalaciones de vanguardia y tecnología punta se han establecido en los alrededores del pueblo, extendiéndose por el mar de viñedos que lo circunda, la tradición de los calados dentro del recinto amurallado sigue muy viva, un legado que se mantiene con orgullo. A menudo gestionados por familias que conservan la llama del vino casero, o adaptados para ofrecer visitas guiadas únicas y catas en un entorno insólito, representan una dualidad fascinante: la innovación conviviendo armónicamente con el legado histórico. Es una muestra palpable de cómo este rincón de La Rioja ha sabido evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos sin renunciar a sus señas de identidad más profundas y singulares, ofreciendo tanto el vino que se hace como se hacía hace siglos como propuestas de vanguardia enológicas y turísticas en un mismo espacio. Esta combinación entre lo ancestral y lo moderno es parte de su atractivo irrepetible, una ventana abierta al pasado y al futuro de la enología en un mismo y sorprendente paseo por sus calles.
LOS VIÑEDOS QUE CUENTAN LA HISTORIA DEL VINO DE LA RIOJA
El vino, esa bebida milenaria que es cultura, paisaje y forma de vida en esta región, nace indefectiblemente en la tierra, y en los alrededores de este pueblo, los viñedos son mucho más que un simple cultivo agrícola; son parte intrínseca del paisaje cultural y la identidad de sus habitantes. La proximidad de la majestuosa Sierra de Cantabria, que ejerce de barrera natural, crea un microclima particular y beneficioso para la vid, protegiendo las cepas de los fríos y a menudo duros vientos del norte atlántico y permitiendo una maduración lenta y óptima de la uva, especialmente la Tempranillo, que es la reina indiscutible de La Rioja y la base de la mayoría de sus vinos tintos. Los suelos, a menudo calizos, pobres y bien drenados debido a la orografía de colinas, fuerzan a la cepa a profundizar sus raíces en busca de nutrientes y agua, lo que resulta en uvas de gran calidad, pequeño tamaño y alta concentración de color, aroma y taninos, base de vinos con carácter y personalidad que reflejan de forma auténtica el terroir único de esta subzona.
Tradicionalmente, esta subzona de la Rioja Alavesa ha sido conocida y valorada por sus vinos jóvenes, elaborados mediante la técnica de maceración carbónica, que resultan especialmente frescos, muy afrutados, ligeros y vibrantes en boca, diseñados para disfrutar en su primer año de vida, capturando la esencia primaria de la uva. Sin embargo, la evolución enológica de las últimas décadas y la visión de bodegueros que apuestan por la calidad han llevado a que muchas bodegas produzcan también excelentes crianzas y reservas, vinos con más estructura, complejidad y capacidad de guarda, que pasan tiempo en barrica y botella, demostrando así el extraordinario potencial de las uvas de esta tierra para dar grandes vinos capaces de competir con lo mejor que se produce en cualquier otra parte de La Rioja. La versatilidad de sus vinos, ofreciendo desde la alegría inmediata de un joven hasta la seriedad y profundidad de un gran reserva, es otro motivo por el que este destino atrae a paladares diversos, todos buscando descubrir el sello inconfundible de la zona.
UN PASEO POR LA HISTORIA EMBOTELLADA DE LA RIOJA
Atravesar cualquiera de sus cinco puertas de acceso que perforan la muralla medieval es como cruzar un portal en el tiempo, dejando atrás el presente para sumergirse en siglos de historia. Las murallas, que datan del siglo XII y están notablemente bien conservadas, no solo definen su silueta característica contra el horizonte, visible desde kilómetros de distancia, sino que marcan una clara separación física y mental entre el ajetreo del mundo exterior y la calma casi reverencial que se respira intramuros. Una vez dentro, las callejuelas estrechas, sinuosas y empedradas, donde los coches apenas pueden circular (de ahí su encanto peatonal), invitan a perderse sin rumbo fijo, descubriendo a cada paso rincones con encanto inesperado, pequeñas plazas recoletas, iglesias imponentes y fachadas de piedra que hablan de siglos de historia, una estampa que encapsula la belleza atemporal y la rica herencia de La Rioja. Cada giro revela un detalle nuevo y fascinante, desde una ventana adornada con flores de temporada hasta el sonido lejano del agua en alguna fuente o el eco de los pasos en el silencio, creando una atmósfera mágica y auténtica difícil de encontrar en otros lugares.
La Iglesia de San Juan Bautista, con su robusta torre, o la impresionante Iglesia de Santa María de los Reyes, famosa por su magnífico pórtico gótico policromado del siglo XIV, son puntos de referencia ineludibles que atestiguan la importancia histórica, artística y religiosa del pueblo a lo largo de los siglos, hitos en un recorrido que es en sí mismo una lección viva de patrimonio. Desde los paseos elevados junto a la muralla, acondicionados como miradores privilegiados, o desde algunas terrazas estratégicamente situadas, la vista se pierde sobre un vasto y ondulado océano de viñedos que se extienden hasta el horizonte, salpicado de pequeños bosques y pueblos, con la silueta majestuosa y a menudo nevada de la Sierra de Cantabria como impresionante telón de fondo, conformando un paisaje cultural que ha sido merecidamente declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Este panorama, donde la mano del hombre ha trabajado la tierra en armonía con la naturaleza durante milenios para cultivar la vid, es un recordatorio constante de la profunda e inseparable conexión entre el pueblo, su entorno natural y el alma del vino de La Rioja.
EL SABOR SECRETO QUE SOLO ENCONTRARÁS EN ESTE RINCÓN DE LA RIOJA
Una visita completa a este pueblo singular no estaría, ni mucho menos, completa sin explorar a fondo su rica y arraigada oferta gastronómica, íntimamente ligada como es natural a los productos de la tierra, de temporada y, cómo no, al vino que lo impregna todo. Las tascas, bares de pintxos y restaurantes dentro y fuera de las murallas ofrecen desde sencillos pero deliciosos pintxos y tapas, ideales para acompañar un «chiquito» (vaso pequeño) de vino joven en la barra en un ambiente animado, hasta platos más elaborados que reinterpretan la cocina tradicional riojana con un toque de modernidad pero respetando siempre la esencia. Es una oportunidad de oro para probar productos locales de calidad excepcional, desde las afamadas patatas con chorizo o a la riojana, pasando por las tiernas chuletillas al sarmiento (cocinadas sobre los restos de poda de la vid) o las pochas con codorniz, platos contundentes, sabrosos y llenos de sabor que encuentran en los vinos de la zona a sus compañeros perfectos, maridajes que realzan mutuamente los sabores y completan de forma magistral la experiencia sensorial y cultural que ofrece esta parte de La Rioja. La calidad de la materia prima, a menudo procedente de huertas cercanas, y el respeto por la tradición culinaria transmitida de generación en generación, son palpables en cada bocado que se disfruta en este lugar.
Al final del día, cuando el sol comienza su descenso tiñendo de tonos dorados y rojizos las antiguas murallas y los viñedos circundantes, la sensación que perdura en el viajero es la de haber descubierto algo verdaderamente especial, un rincón auténtico, lleno de vida y de historia que supera con creces las expectativas iniciales de quien buscaba «un pueblo de La Rioja». Es la combinación magistral de su milenaria historia, su impresionante paisaje, su arquitectura medieval casi intacta, sus calados únicos y, sobre todo, la pasión contagiosa de su gente por el vino y la tierra que trabajan con devoción, lo que lo convierte, sin lugar a dudas, en ese secreto mejor guardado para los verdaderos amantes del vino que buscan algo más que una simple cata. Aquí no solo se bebe vino de alta calidad; se vive la cultura que lo rodea, se respira la historia de siglos que lo ha hecho posible y se entiende La Rioja desde sus cimientos más profundos. Este pueblo amurallado es una joya del patrimonio enológico y cultural español, una perla discreta pero firme que espera, paciente y generosa, para ofrecer una experiencia enológica y cultural inolvidable a quienes se atreven a buscar más allá de lo evidente.