martes, 24 junio 2025

Este es el último pueblo de España donde no llega la electricidad, ideal para este desconectar este verano

Hay un pueblo en España donde el tiempo parece haberse detenido, un rincón que se resiste a la modernidad más omnipresente y ruidosa. No es una leyenda urbana ni un decorado de cine; existe, enclavado en un paisaje de ensueño, y su peculiaridad más llamativa es una ausencia: la de la red eléctrica. Este lugar representa un desafío a nuestra dependencia tecnológica, ofreciendo una ventana a un estilo de vida que creíamos extinto en la península. Su singularidad invita a la reflexión, y su calma, a la evasión.

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La idea de un lugar así, ajeno al zumbido constante de los aparatos y las notificaciones, resulta casi subversiva en pleno siglo XXI, y su existencia voluntariamente al margen lo convierte en un destino insólito y tremendamente atractivo. Especialmente ahora, con el verano llamando a la puerta, la perspectiva de desconectar de verdad, de apagar el móvil porque simplemente no hay donde cargarlo, cobra un sentido radical. Es una oportunidad única para experimentar otro ritmo, lejos del frenesí cotidiano que a menudo nos ahoga.

EL PUEBLO QUE NO TIENE ELECTRICIDAD: UN REFUGIO FUERA DEL MAPA TRADICIONAL

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En el corazón de la comarca de la Vera, en Cáceres, muy cerca del casco urbano de Villanueva de la Vera, se esconde este enclave particular. No es el pueblo entero, sino una pequeña aldea, un conjunto de casas que decidieron, en un momento dado, tomar un camino diferente. Su aislamiento no responde a la geografía abrupta —aunque el entorno natural es espectacular— sino a una elección deliberada de sus habitantes para vivir al margen de ciertas comodidades modernas, una decisión que les confiere una identidad única en el panorama rural español y que merece la pena explorar en profundidad. Rompe con la norma de los pueblos que ansían infraestructuras, apostando justo por lo contrario.

Esta aldea no aparece en los mapas como un municipio independiente; administrativamente depende de Villanueva de la Vera, pero su realidad diaria transcurre en paralelo. Es un microcosmos con sus propias reglas, basadas en la autosuficiencia y la conexión con el entorno natural que lo rodea. Los vecinos no son ermitaños que huyeron del mundo, sino personas que encontraron en este modo de vida una satisfacción y un sentido que la vida «conectada» no les ofrecía, y esa búsqueda de una existencia más auténtica es precisamente lo que atrae a curiosos y a quienes anhelan una pausa real. La persistencia de este singular pueblo es un testimonio de que otras formas de habitar el territorio son posibles.

¿CÓMO SE VIVE SIN ENCHUFES NI PANTALLAS?

La ausencia de electricidad transforma por completo la vida cotidiana en esta aldea extremeña. Olvídense de la nevera, la televisión, el microondas o la conexión a internet tal como la conocemos; aquí, el día y la noche marcan el ritmo, y las tareas se adaptan a la luz natural. La iluminación, cuando cae el sol, proviene de velas, lámparas de gas o alguna pequeña instalación solar muy básica y limitada, lo que crea una atmósfera íntima y un silencio que solo se interrumpe por los sonidos de la naturaleza. Cocinar se hace en cocinas de leña o gas, y la conservación de alimentos se rige por métodos tradicionales o pequeñas neveras de propano.

Vivir sin la constante presencia de la pantalla del móvil o el ordenador libera una cantidad de tiempo y atención que, en la vida moderna, a menudo se consume de forma inconsciente. Las relaciones interpersonales cambian; la conversación cara a cara recupera su primacía, y las actividades manuales o al aire libre se convierten en el centro de la jornada. Es una vuelta a lo esencial, una lección de resiliencia y adaptación que demuestra que el ser humano puede prosperar con mucho menos de lo que la sociedad de consumo nos ha hecho creer, y el reencuentro con esa simplicidad puede ser, para muchos visitantes de este pueblo, una revelación profunda y un bálsamo para el alma agitada por el mundo exterior.

EL PARAÍSO DE LA DESCONEXIÓN ESTIVAL REAL

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Buscar un lugar para desconectar durante las vacaciones de verano es un objetivo compartido por miles de españoles, pero a menudo la desconexión es solo parcial: cambiamos la oficina por la tumbona, pero seguimos pegados al teléfono. Este pueblo ofrece la posibilidad de llevar esa desconexión al extremo, a un nivel que pocos lugares en la península pueden igualar. Aquí, la necesidad obliga a soltar amarras digitales, permitiendo una inmersión total en el presente y en el entorno natural que rodea esta singular aldea cacereña.

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Imaginen noches estrelladas sin contaminación lumínica, conversaciones a la luz de las velas, mañanas frescas disfrutando del paisaje sin el zumbido de la tecnología moderna. Es un turismo de la pausa, de la contemplación, ideal para quienes buscan una auténtica desintoxicación digital y mental. Caminar por los alrededores, disfrutar de la gastronomía local sencilla pero sabrosa, leer un libro sin distracciones, o simplemente sentarse a observar la vida pasar son las actividades que definen una estancia en este pueblo único, y esa quietud forzada es precisamente lo que lo convierte en el destino perfecto para resetear la mente y el cuerpo agotados por el ritmo frenético del año.

UNA COMUNIDAD CON FILOSOFÍA PROPIA Y SINGULAR

¿Quiénes son los habitantes de este pueblo fuera de lo común? No hay un único perfil. Hay personas que llegaron buscando una vida más acorde con sus principios ecológicos o filosóficos, otras que son descendientes de antiguas familias que nunca se marcharon o que regresaron huyendo del estrés urbano, y conviven con aquellos que quizás simplemente encontraron aquí el lugar donde la vida era más asequible o significativa para ellos. Lo que les une es la elección de un estilo de vida que prioriza la autosuficiencia, la comunidad y un menor impacto en el entorno natural que les acoge, una amalgama de motivaciones que configura una comunidad resiliente y con una identidad muy marcada por su singularidad energética.

La convivencia en esta aldea se basa en la cooperación y el respeto mutuo, forzados en parte por las condiciones de vida compartidas. Los recursos son limitados, y la ayuda entre vecinos es a menudo esencial para el día a día. No idealicemos en exceso; vivir sin ciertas comodidades también presenta desafíos, pero la fortaleza de la comunidad reside en cómo los abordan juntos. Es un recordatorio de que la verdadera riqueza puede no estar en la acumulación material o la conexión constante, sino en los lazos humanos y la capacidad de vivir en armonía con el entorno, y ese sentido de comunidad y pertenencia es quizás uno de los aspectos más enriquecedores y menos visibles para el visitante ocasional que se acerca a conocer este pueblo sin luz.

¿UN ANACRONISMO O UN MODELO A SEGUIR PARA EL FUTURO?

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La existencia de una aldea como esta en la España del siglo XXI plantea preguntas interesantes sobre nuestro modelo de desarrollo y nuestras prioridades como sociedad. ¿Es un simple anacronismo, un vestigio del pasado que resiste por terquedad o romanticismo? ¿O es, por el contrario, un modelo incipiente para un futuro más sostenible y consciente, donde la tecnología sirve, pero no esclaviza, y donde la conexión con la naturaleza y la comunidad recuperan su valor fundamental? No hay una respuesta única, y probablemente sea un poco de ambas cosas, reflejando las tensiones entre progreso y tradición, entre la búsqueda de eficiencia y la añoranza de una vida más simple que perviven en muchos rincones de la España rural.

Este pueblo sin electricidad, anexo a Villanueva de la Vera, no es el único punto aislado que queda en España, pero su singularidad reside en la aparente voluntariedad y el estilo de vida que han conseguido mantener. Nos fuerza a mirar nuestro propio pueblo y a preguntarnos de qué estamos realmente desconectados cuando creemos estarlo. Su existencia es un recordatorio de que las alternativas son posibles, de que se puede vivir de otra manera, y de que a veces, la mayor innovación no está en añadir tecnología, sino en encontrar la sabiduría en la ausencia de ella, en la serenidad que emana de una vida regida por los ciclos naturales y no por los impulsos eléctricos o las notificaciones constantes que nos bombardean en cualquier otro pueblo o ciudad. Su quietud invita a la reflexión.

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