La sospecha de que nuestro móvil nos espía es una idea que ha rondado en el aire desde hace tiempo, algo propio de novelas de ciencia ficción que, poco a poco, ha ido aterrizando en nuestra realidad cotidiana. Sentir que cada movimiento, cada visita, cada parada en el camino podría estar siendo registrada y analizada por ojos invisibles puede generar una incomodidad profunda, una sensación de pérdida de control sobre nuestra propia privacidad en un mundo cada vez más digitalizado y vigilado. No se trata solo de grandes teorías conspirativas, sino de funciones y permisos que nosotros mismos, quizás por desconocimiento o por aceptar sin leer, concedemos alegremente a las aplicaciones que instalamos día tras día en nuestros dispositivos.
Entre todas las puertas que abrimos, hay una especialmente sensible y que rara vez cerramos del todo: el acceso a nuestra ubicación. No hablamos del GPS que usamos para no perdernos al volante o al caminar, esa es una función activa y consciente, sino de la capacidad que tienen ciertas aplicaciones para saber dónde estamos en todo momento, incluso cuando no las estamos utilizando, operando silenciosamente en lo que se conoce como segundo plano. Esta persistente vigilancia pasiva es la que alimenta esa inquietud de ser seguidos, y existe un permiso específico, a menudo activado por defecto o aceptado sin pensar, que es el principal responsable de esta situación y que conviene revisar con urgencia si valoramos nuestra intimidad digital en este momento.
2MOVIL: APPS INOCENTES… ¿O CURIOSAS?

Es cierto que algunas aplicaciones tienen una justificación lógica y necesaria para acceder a la ubicación en segundo plano; pensemos en las apps de navegación que necesitan seguir proporcionando indicaciones giro a giro incluso si cambiamos a otra aplicación temporalmente, o las herramientas de seguimiento deportivo que registran una ruta de ciclismo o running aunque la pantalla del móvil esté apagada, o las apps de domótica que activan funciones al llegar a casa. En estos casos, el permiso está directamente ligado a la funcionalidad principal que esperamos de ellas, ofreciendo un valor claro y tangible al usuario que justifica esa potencial intrusión en la privacidad a cambio de una mejor experiencia o un servicio que de otra forma no sería posible. La clave aquí reside en que el usuario es generalmente consciente de que está activando una función de seguimiento y entiende el motivo por el cual esa app necesita saber su posición incluso cuando no está activamente en primer plano.
Sin embargo, la gran mayoría de las aplicaciones que solicitan este permiso no tienen una necesidad funcional genuina para acceder a nuestra ubicación cuando no las estamos usando activamente; hablamos de juegos casuales, editores de fotos, linternas, calculadoras, y un sinfín de utilidades cuya función principal no requiere saber si estamos en casa o en el centro de la ciudad mientras están cerradas o minimizadas. La solicitud de acceso a la ubicación en segundo plano por parte de estas apps «inocentes» suele tener motivos relacionados con la monetización de datos: conocer los lugares que frecuentamos les permite a ellas o a sus socios publicitarios ofrecer anuncios más segmentados, vender perfiles de ubicación, o realizar análisis de tendencias masivas. Esta práctica es, en el mejor de los casos, innecesaria para el usuario y, en el peor, una grave invasión de la privacidad, **ya que convierte herramientas simples en recolectores de datos permanentes que operan silenciosamente en nuestro *móvil* sin aportar nada a su funcionalidad principal.**