Cuidado en la playa este verano, porque un gesto tan común y normalizado que hemos visto miles de veces en nuestras costas te puede costar muy caro. Hablamos de ese acto, casi reflejo para muchos, de encender un cigarrillo para relajarse con el sonido de las olas y, al terminarlo, apagarlo y enterrarlo en la arena como si esta fuera un cenicero infinito. Pues bien, esa costumbre tan arraigada tiene los días contados, y lo que antes era una simple muestra de incivismo, ahora puede traducirse en una multa que supera con creces el presupuesto de cualquier veraneante medio.
La normativa se ha puesto seria y el mensaje es claro: nuestras costas no son el vertedero de nadie. La nueva Ley de Residuos ha dado a los ayuntamientos la herramienta legal que necesitaban para declarar la guerra a uno de los contaminantes más persistentes y dañinos de nuestro litoral. Ya no es una simple recomendación o una campaña de concienciación, sino una prohibición en toda regla con consecuencias económicas directas para el infractor. Este verano, antes de buscar el mechero en la bolsa de la playa, conviene pensárselo dos veces, porque la ignorancia ya no sirve como excusa y la vigilancia será implacable.
3¿QUIÉN VIGILA LA PLAYA? DEL SOCORRISTA AL VECINO DE SOMBRILLA

La pregunta que muchos se hacen es quién se encarga de hacer cumplir esta normativa. La competencia recae principalmente en los agentes de la Policía Local de cada municipio costero, que pueden patrullar a pie por la arena, así como en la Guardia Civil, especialmente a través de su servicio del Seprona. Estos agentes están facultados para identificar al infractor y tramitar la correspondiente denuncia, que iniciará el procedimiento sancionador por parte del ayuntamiento. No se trata de una amenaza vacía; durante los últimos veranos ya se han impuesto miles de multas en todo el territorio nacional.
Pero la vigilancia no termina en los cuerpos de seguridad. La creciente conciencia social ha creado una nueva figura: el ‘vigilante ciudadano’. Cada vez más, son los propios usuarios de la playa quienes recriminan estas conductas e incluso avisan a las autoridades. El fumador ya no cuenta con la indiferencia o la complicidad pasiva del resto, sino que se expone a la reprobación social y a una llamada de atención directa. Este cambio de mentalidad es, quizás, el arma más poderosa para conseguir que las playas sin humo y sin colillas se conviertan en la norma y no en la excepción.