La ancestral práctica del yoga ofrece un arsenal de herramientas para combatir las dolencias del mundo moderno, pero pocas son tan directas, sencillas y profundamente eficaces como la postura conocida como Viparita Karani. En una sociedad que glorifica el movimiento incesante y la productividad sin pausa, la idea de un «reinicio» para nuestro sobrecargado sistema nervioso suena a lujo inalcanzable. Sin embargo, esta postura, que consiste simplemente en elevar las piernas apoyándolas en una pared, se revela como un oasis de calma accesible a cualquiera, en cualquier momento, y que en solo cinco minutos diarios puede generar beneficios transformadores para cuerpo y mente.
La belleza de esta asana reside en su pasividad y su universalidad. A diferencia de otras posturas de yoga que exigen fuerza, equilibrio o una flexibilidad considerable, Viparita Karani no pide nada a cambio, solo entrega. Es una invitación a detenerse, a rendirse a la fuerza de la gravedad y a permitir que el cuerpo inicie un proceso de autorregulación de forma natural. Su poder no radica en el esfuerzo, sino en la quietud y en la inversión sutil del flujo sanguíneo, un gesto que desencadena una cascada de respuestas fisiológicas que alivian la tensión, calman la mente y mejoran la circulación sin que tengamos que hacer absolutamente nada.
1LA TIRANÍA DE LA URGENCIA: EL PEAJE DEL ESTRÉS CRÓNICO EN NUESTRO CUERPO

Vivimos inmersos en una cultura de la inmediatez que ha secuestrado nuestro sistema nervioso. Las notificaciones constantes, las presiones laborales y la sobrecarga de información mantienen a nuestro cuerpo en un perpetuo estado de «lucha o huida», gobernado por el sistema nervioso simpático. Este mecanismo, diseñado para respuestas puntuales ante un peligro real, se ha cronificado, dejándonos en un estado de alerta constante que agota nuestros recursos energéticos y mentales. Nos hemos acostumbrado a funcionar con este ruido de fondo, sin ser conscientes de que este zumbido interno es la raíz de muchos de nuestros malestares cotidianos.
Esta tensión mental no tarda en manifestarse físicamente. El resultado es un cuerpo contracturado, con una tensión que se acumula principalmente en el cuello, los hombros y la zona lumbar. Además, este estado de hiperactividad nerviosa dificulta la conciliación del sueño, genera fatiga mental y puede traducirse en dolores de cabeza y problemas digestivos. Es el peaje que pagamos por un ritmo de vida insostenible, un círculo vicioso donde el estrés genera síntomas físicos que a su vez retroalimentan la sensación de agobio. Romper este ciclo requiere una intervención consciente, un gesto deliberado para devolver el equilibrio a nuestro organismo.