viernes, 4 julio 2025

De tapas por Sevilla: el triángulo de oro de los bares con solera

Ir de tapas por Sevilla es mucho más que alimentarse; es una liturgia, una forma de entender la vida que se oficia en las barras de sus bares más emblemáticos. Lejos de las rutas turísticas convencionales y de las guías prefabricadas, existe un recorrido sagrado que todo sevillano conoce y que conforma el auténtico corazón gastronómico de la ciudad. No hablamos de establecimientos modernos ni de propuestas de vanguardia, sino de templos del sabor que han resistido el paso del tiempo, un ritual social donde cada bar cuenta una historia y cada tapa es un pedazo de la memoria colectiva. Es un viaje a la esencia misma de la capital hispalense.

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Este particular peregrinaje nos lleva a un triángulo de oro formado por tres nombres propios que son pura historia viva: El Rinconcillo, Bar Alfalfa y Las Columnas. Son las tres vértices de un mapa sentimental y culinario que define la cultura del tapeo en la ciudad. Adentrarse en ellos es mucho más que una simple comida; es una inmersión en una atmósfera cargada de solera, de azulejos que han visto generaciones enteras y de recetas que se han mantenido inalterables. Es, un viaje en el tiempo a través de sabores que definen la identidad de la ciudad, una experiencia que conecta directamente con el alma de Sevilla.

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EL RINCONCILLO: DONDE SEVILLA DETUVO EL TIEMPO EN 1670

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Hablar de El Rinconcillo es hablar del origen del tapeo, del bar más antiguo de Sevilla y, posiblemente, de España. Fundado en 1670, cruzar su umbral es como entrar en una cápsula del tiempo. Las estanterías de madera oscura repletas de botellas antiguas, los jamones colgados del techo y los azulejos sevillanos crean una atmósfera irrepetible. Aquí, el ruido de las conversaciones se mezcla con el sonido de las copas de vino, un museo vivo donde la cuenta todavía se apunta con tiza en la barra de madera, un detalle que transporta al cliente a otra época de forma instantánea.

En lo gastronómico, El Rinconcillo es un baluarte de la cocina tradicional. Sus espinacas con garbanzos son, para muchos, las mejores de la ciudad, una receta que se ha perfeccionado durante siglos. Lo mismo ocurre con sus pavías de bacalao, crujientes por fuera y jugosas por dentro, o con sus croquetas caseras. No hay sorpresas en la carta, y esa es precisamente su mayor virtud, ofreciendo platos que son auténticos monumentos gastronómicos de la cocina sevillana, ejecutados con una maestría que roza la perfección y que justifica su fama legendaria.

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