Hay una España de pueblos que parece detenida en el tiempo, un país dentro de otro país donde el eco de las campanas todavía marca el ritmo de las horas y las piedras de las murallas susurran leyendas de reyes y reconquistas. Esta es una invitación a descubrir uno de sus secretos mejor guardados, una promesa de desconexión real y de aventura a la vuelta de la esquina, lejos del ruido y la prisa de la vida moderna. Existe una senda que cose las costuras de la historia, un camino que se adentra en el corazón del Prepirineo aragonés para desvelar una colección de joyas medievales, un viaje que se puede completar en apenas tres jornadas inolvidables.
Este viaje no requiere brújulas mágicas ni mapas del tesoro, aunque lo que se encuentra al final de cada etapa bien podría serlo. Hablamos del Sendero Histórico GR-1 en su tramo oscense, se trata de una de las travesías más espectaculares y desconocidas de la península, una ruta que serpentea desde la majestuosidad románica de Santa Cruz de la Serós hasta la belleza casi irreal de Alquézar, colgada sobre el cañón del río Vero. Es una inmersión completa en un paisaje sobrecogedor y en una historia que se palpa en cada castillo, en cada ermita y en el silencio de sus callejones, una experiencia que transforma una simple caminata en una peregrinación al alma de Aragón.
EL SENDERO HISTÓRICO: MÁS QUE UNA RUTA, UNA CICATRIZ EN EL TIEMPO
El GR-1 no es un camino cualquiera; su denominación oficial como «Sendero Histórico» le hace justicia. Se trata de una antigua vía de comunicación que recorría el norte de la península Ibérica, uniendo la costa mediterránea con la atlántica a través de las sierras prepirenaicas, lejos del poder musulmán del valle del Ebro. Recorrerlo no es solo hacer senderismo, es una invitación a caminar sobre las mismas piedras que pisaron peregrinos, comerciantes, soldados y pastores durante siglos, conectando una red de pueblos que fueron clave en la formación de los reinos cristianos. Cada paso es una lección de historia al aire libre, un diálogo silencioso con el pasado.
El tramo que nos ocupa, en la provincia de Huesca, es probablemente el más emblemático y monumental de todo el recorrido. Se adentra en un territorio que fue la cuna del Reino de Aragón, salpicado de fortalezas, monasterios y villas que conservan intacta su atmósfera medieval. Este itinerario no solo ofrece un desafío físico moderado, sino también un festín visual y cultural inigualable, donde cada etapa es un capítulo de la historia del antiguo Reino de Aragón, un viaje que nos transporta a una época de fronteras, batallas y una fe inquebrantable que se materializó en imponentes construcciones de piedra.
DÍA 1: CUNA DE REYES Y MONASTERIOS ESCONDIDOS
La aventura comienza en Santa Cruz de la Serós, uno de los pueblos más evocadores del Pirineo. Su casco urbano, pequeño pero de una belleza abrumadora, está dominado por dos iglesias románicas de primer orden: la de San Caprasio y la de Santa María, antiguo monasterio femenino de gran poder en la Edad Media. Arrancar la ruta aquí es hacerlo con el listón muy alto, considerado uno de los conjuntos románicos más importantes de Aragón, un lugar que nos sumerge de lleno en la atmósfera del siglo XI antes incluso de dar el primer paso por el sendero. El aire huele a historia y a montaña, la combinación perfecta para iniciar la travesía.
La primera jornada es un ascenso suave pero constante que nos regala una recompensa monumental: el Monasterio de San Juan de la Peña. Este enclave, excavado en la roca de un imponente farallón, es uno de los lugares más sagrados y mágicos de España, panteón de reyes aragoneses. El sendero nos lleva hasta sus puertas, permitiéndonos disfrutar no solo del conjunto monástico, donde la leyenda cuenta que se custodió el Santo Grial, sino también de unas vistas panorámicas espectaculares de la Canal de Berdún. La etapa suele concluir en los alrededores, dejando el espíritu cargado de la solemnidad y el misterio de este lugar único.
DÍA 2: EL CORAZÓN DE LA SIERRA Y EL ECO DEL ABANDONO
La segunda jornada se adentra en el corazón del GR-1, en su parte más solitaria y salvaje, donde la sensación de estar recorriendo un territorio ancestral se intensifica. El camino nos aleja de los grandes monumentos para sumergirnos en un paisaje de sierras agrestes, bosques de quejigos y bojes, y barrancos silenciosos. En este tramo, se atraviesan tramos donde el único sonido es el del viento y los propios pasos, una experiencia de introspección y conexión con la naturaleza en estado puro, salpicada por el encuentro con pequeños pueblos medievales que parecen anclados en otro siglo.
Este es el día en que la ruta nos enfrenta al fenómeno de la despoblación, pasando cerca de aldeas y pardinas que hoy son pueblos abandonados o que luchan por sobrevivir con un puñado de habitantes. La majestuosidad del Castillo de Loarre, la fortaleza románica mejor conservada de Europa y visible desde varios puntos del sendero, contrasta con la fragilidad de estos pequeños núcleos rurales. Cruzar estos parajes es también una reflexión sobre el paso del tiempo, un recordatorio silencioso de la dureza de la vida en estas tierras y del patrimonio humano que se aferra a ellas.
DÍA 3: EL CAÑÓN DEL VERO Y LA LLEGADA A LA JOYA DE ALQUÉZAR
La última etapa es un cambio radical de escenario, un descenso progresivo hacia el Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara. El paisaje se transforma, dando paso a las formaciones calizas, los cañones y las aguas turquesas que caracterizan esta zona, famosa por el barranquismo y el arte rupestre. El sendero se vuelve más sinuoso y entretenido, el paisaje se vuelve más abrupto y espectacular a cada paso, anticipando la llegada a un destino que supera cualquier expectativa. La aproximación a Alquézar es, en sí misma, parte del premio, con vistas que quitan el aliento.
Y entonces, aparece. Alquézar emerge como una aparición, una villa medieval perfecta encaramada en un promontorio rocoso, con la imponente Colegiata de Santa María la Mayor coronando el conjunto y el cañón del río Vero a sus pies. Llegar caminando a este lugar después de tres días de travesía es una sensación indescriptible. El final de la ruta es perderse por sus calles, un laberinto de callejuelas empedradas que desembocan en miradores de vértigo, celebrando el fin de la aventura en uno de los pueblos con encanto más bonitos de España y sintiendo que la vida en los pueblos puede ser, también, una obra de arte.
MANUAL DEL VIAJERO EN EL TIEMPO: PREPARACIÓN Y RESPETO
Afrontar esta ruta de pueblos requiere una preparación adecuada, aunque no sea técnicamente difícil. Es imprescindible llevar un buen calzado de senderismo, agua suficiente, protección solar y un mapa detallado de la ruta o un dispositivo GPS, ya que algunos tramos no están tan transitados. La mejor época para realizarla es la primavera y el otoño, evitando el calor extremo del verano y el frío del invierno. Sobre todo, la planificación es clave para disfrutar de la experiencia sin contratiempos, organizando las pernoctaciones en los albergues o casas rurales de los pueblos del recorrido con antelación, especialmente en temporada alta.
Más allá del equipamiento, el mayor requisito es una actitud de respeto. Estamos recorriendo un patrimonio natural e histórico de un valor incalculable, pero también el hogar de personas que mantienen vivos estos lugares. Saludar a los locales, consumir en los pequeños negocios de los pueblos y, por supuesto, no dejar ningún rastro de nuestro paso son normas básicas. Al final del camino, es fundamental entender que no estamos en un parque temático, sino en lugares con alma, y nuestra visita debe contribuir a preservar esa esencia única que hace de esta ruta una experiencia tan especial.