La creciente sofisticación de los hackers ha convertido un gesto que antes parecía excéntrico en una práctica de sentido común. Tapar la cámara del portátil con un trozo de cinta aislante, una pegatina o un obturador de plástico ya no es cosa de teóricos de la conspiración. Muy al contrario, una imagen que ha pasado de ser un meme a una recomendación de seguridad de primer nivel, y que esconde una verdad incómoda sobre la vulnerabilidad de nuestros dispositivos. La amenaza no es una fantasía, sino una realidad técnica con un nombre concreto que causa escalofríos entre los expertos en ciberseguridad: el troyano de acceso remoto.
Esta realidad nos enfrenta a un paradigma inquietante donde la confianza en la tecnología se resquebraja. Damos por sentado que la pequeña luz junto a la lente es un chivato infalible, un centinela que nos avisa de cualquier actividad. Sin embargo, esa misma confianza es la puerta de entrada para el espionaje digital más silencioso e invasivo que existe. La posibilidad de que alguien pueda observar a través de nuestra propia cámara, convirtiendo una herramienta de trabajo o entretenimiento en el espía perfecto, silencioso e implacable, es lo que ha llevado a que la solución más rudimentaria sea, paradójicamente, la más efectiva para proteger nuestra intimidad más sagrada.
1EL OJO QUE TODO LO VE: ASÍ FUNCIONA UN TROYANO DE ACCESO REMOTO

Un troyano de acceso remoto, conocido por sus siglas en inglés como RAT (Remote Access Trojan), es un tipo de software malicioso que se disfraza de archivo legítimo para engañar al usuario e instalarse en su sistema. Una vez dentro, su función es abrir una puerta trasera que permite a los ciberdelincuentes tomar el control total del ordenador infectado. Este tipo de ataque suele comenzar con un simple descuido, como descargar un archivo de una fuente no fiable, hacer clic en un enlace malicioso recibido por correo electrónico o incluso a través de una red wifi pública desprotegida donde los hackers más persistentes esperan a su víctima. El software se ejecuta en segundo plano, un programa que se instala de forma encubierta y otorga al atacante el control absoluto del sistema, sin que el usuario legítimo sea consciente de la intrusión.
El poder que un RAT concede al atacante es absoluto y aterrador. No se limita únicamente a activar la cámara web. El intruso puede ver el escritorio en tiempo real, acceder, modificar o robar cualquier archivo almacenado en el disco duro, y registrar todas las conversaciones a través del micrófono. Además, una de sus funciones más peligrosas es el registro de teclas o ‘keylogging’. Esto significa que, desde registrar cada pulsación del teclado para robar contraseñas bancarias hasta acceder a documentos confidenciales, la capacidad de un RAT es prácticamente ilimitada, transformando el dispositivo en un puesto de vigilancia completo contra su propio dueño. La versatilidad de este malware lo convierte en una de las herramientas predilectas de los hackers.