La vitamina que nos regala el sol es, irónicamente, la que más escasea en los cuerpos de los españoles. Vivimos en una tierra bendecida por la luz, un lugar común en el imaginario colectivo europeo como el destino ideal para broncearse, pero la realidad sanitaria cuenta una historia muy distinta. Estudios recientes, como los avalados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), arrojan una cifra alarmante que roza lo inverosímil: hasta un 80% de la población en España podría presentar niveles insuficientes de este nutriente esencial. Es la gran paradoja de nuestro tiempo, la sorpresa que revela que vivir en uno de los países más soleados de Europa no garantiza unos niveles adecuados, un déficit silencioso que mina nuestra salud sin que la mayoría sea consciente de ello.
Esta carencia sigilosa, casi epidémica, no es un asunto trivial que afecte únicamente a la salud ósea, como tradicionalmente se pensaba. El problema cala mucho más hondo, infiltrándose en nuestro bienestar anímico y nuestra energía diaria. El estilo de vida moderno, con sus largas jornadas de oficina, el teletrabajo y el ocio digital, nos ha alejado de la fuente natural y gratuita de este compuesto. Por ello, las consecuencias de este déficit se manifiestan en un cansancio persistente, una apatía generalizada e incluso síntomas depresivos que a menudo se confunden con el estrés o la rutina. Entender esta conexión es el primer paso para recuperar el vigor y el ánimo que creíamos perdidos.
3EL CANSANCIO QUE NO SE VA CON LA SIESTA: FATIGA CRÓNICA Y DEBILIDAD

Uno de los síntomas más comunes y a la vez más ignorados del déficit de vitamina D es una sensación de fatiga abrumadora y persistente. No hablamos del cansancio lógico tras un esfuerzo físico o una mala noche, sino de un agotamiento profundo que impregna cada actividad y no remite con el descanso. Este estado, a menudo diagnosticado erróneamente como estrés crónico o simple agotamiento laboral, tiene una base bioquímica. La vitamina D es esencial para el correcto funcionamiento de las mitocondrias, las centrales energéticas de nuestras células, especialmente en el tejido muscular. Unos niveles bajos implican una producción de energía deficiente, lo que se traduce directamente en esa falta de fuelle que nos impide afrontar el día con normalidad.
Además de la fatiga generalizada, la debilidad y los dolores musculares difusos son otra señal de alerta clásica. Muchas personas acuden a consulta aquejadas de mialgias o dolores en las articulaciones sin una causa aparente, que bien podrían tener su origen en una insuficiencia de este nutriente. La función de esta vitamina en la absorción del calcio es crítica no solo para los huesos, sino también para la contracción muscular. Por eso, su ausencia puede provocar desde una debilidad sutil hasta calambres y un dolor muscular sordo y constante, afectando la calidad de vida de forma significativa y limitando la capacidad para realizar actividades tan simples como subir escaleras o cargar con la compra.