La fabada asturiana es el plato de cuchara por antonomasia de nuestra gastronomía, un guiso legendario cuyo principal ingrediente es el tiempo. Tradicionalmente, su preparación requiere una cocción lenta y amorosa de hasta ocho horas, un lujo que el ritmo de vida moderno raramente permite. Sin embargo, la renuncia a este manjar por falta de tiempo ya es historia. Existe un método, avalado por profesionales, que condensa toda esa paciencia en apenas noventa minutos, logrando un resultado que engaña al paladar más tradicional y nos devuelve uno de los grandes placeres de nuestra cocina.
El secreto no reside en ningún ingrediente exótico ni en una técnica inalcanzable, sino en la combinación inteligente de una herramienta presente en casi todas las cocinas y un pequeño gesto culinario que lo cambia todo. Se trata de una proeza que respeta la esencia del plato, sus ingredientes sagrados y, sobre todo, su alma. Esta fórmula permite disfrutar de una fabada asturiana con todo su sabor profundo y su caldo trabado entre semana, un pequeño milagro que acerca la alta cocina tradicional al día a día, demostrando que la buena mesa no siempre está reñida con las prisas.
1LA OLLA RÁPIDA: ¿SACRILEGIO O GENIALIDAD?
La simple mención de la olla a presión o rápida en una conversación sobre fabada asturiana puede levantar ampollas entre los puristas. La tradición dicta un «chup-chup» lento, una danza de burbujas apenas perceptible que dura horas. Sin embargo, la tecnología bien aplicada puede ser nuestra mejor aliada. La olla rápida no es más que una herramienta que, mediante la presión, eleva la temperatura de cocción, acelerando los procesos químicos que ablandan las legumbres y fusionan los sabores. No es magia, es física al servicio de la gastronomía, permitiendo una extracción de sabor increíblemente eficiente.
Utilizarla no significa traicionar la receta, sino adaptarla a nuestra realidad. La clave está en entenderla y controlarla, no en dejar que el guiso se cueza de forma desatendida. Gracias a ella, el colágeno de los huesos y la grasa del compango se funden con el caldo en una fracción del tiempo, creando esa textura untuosa y ese sabor concentrado que de otra manera exigiría una jornada entera frente a los fogones. Es la democratización de un plato icónico, la prueba de que se puede lograr una fabada asturiana sublime sin sacrificar un día entero.