Meditar se ha convertido en una de las prácticas más recomendadas para reducir el estrés, mejorar la concentración y conectar con uno mismo. A diario, millones de personas en todo el mundo se sientan en silencio, cierran los ojos y respiran profundo con la intención de encontrar algo de calma en medio del caos. Sin embargo, muchas de ellas, tras unas semanas, terminan abandonando la práctica decepcionadas porque “no notan resultados”, y eso puede significar que no lo estén haciendo correctamente.
La meditación no es una fórmula mágica que produzca cambios inmediatos ni algo que dependa solo de la intención. El error más común, y también el más frustrante, es creer que meditar es dejar la mente completamente en blanco. Cuando esto no sucede, pues en realidad nunca sucede del todo, la persona siente que ha fracasado. Pero lo cierto es que esa idea está lejos del verdadero objetivo de la meditación. Entender qué está fallando y cómo reajustar el enfoque puede marcar una diferencia radical.
1Meditar no es dejar de pensar

Meditar no significa que tu mente se vacíe por completo de pensamientos. De hecho, uno de los errores más habituales es sentarse a meditar esperando una mente en blanco desde el primer minuto. Lo que ocurre entonces es que, cuando inevitablemente llegan pensamientos surge frustración y sensación de fracaso. “No sirvo para esto”, “no puedo concentrarme”, “no me funciona”; y se abandona la práctica demasiado pronto.
Meditar, en realidad, es observar esos pensamientos sin juzgarlos, sin engancharse a ellos ni tratar de expulsarlos. Es desarrollar una actitud de atención plena, amable y paciente. Es notar que hay ruido mental, pero elegir volver al presente con cada respiración. El simple acto de darte cuenta de que te distrajiste y regresar a tu respiración ya es, en sí mismo, meditar. Así que si creías que estabas fracasando por pensar, estabas en realidad haciendo lo correcto.