La estafa que se ha coronado como la más peligrosa y extendida en las redes sociales durante este 2025 no llega con las fanfarrias de un virus informático ni con la complejidad de un ataque de denegación de servicio. Por el contrario, se desliza silenciosamente en nuestras vidas digitales, vistiendo el disfraz de la normalidad y la confianza. Se aprovecha de nuestra conexión constante y de la familiaridad que sentimos en plataformas como Instagram, Facebook o TikTok. El verdadero peligro reside en su aparente inocuidad, en un simple mensaje o una etiqueta en una publicación que, sin que lo sospechemos, puede abrir la puerta a un quebradero de cabeza financiero y personal de dimensiones considerables.
El ingenio de los ciberdelincuentes ha evolucionado hasta crear un ecosistema de engaño casi perfecto, donde la prisa y la curiosidad son los principales aliados del fraude. Ya no se trata de correos electrónicos con una redacción torpe y promesas inverosímiles que alertaban hasta al más despistado. Ahora, la amenaza se personaliza, utiliza nuestra propia red de contactos como cebo y explota la ingeniería social con una precisión quirúrgica. Comprender su funcionamiento no es una opción, sino una necesidad imperiosa para navegar con seguridad en un entorno digital donde, tras una foto de perfil atractiva o una oferta irresistible, se esconde a menudo un calculado intento de vulnerar nuestra privacidad y nuestro bolsillo.
3EL CLIC MALDITO: CUANDO LA CURIOSIDAD TE LLEVA DIRECTO A LA TRAMPA DEL PHISHING
El término phishing, o suplantación de identidad, es el corazón de esta operación fraudulenta. Una vez que hemos mordido el anzuelo y hacemos clic en el enlace malicioso, somos redirigidos a una página web que imita a la perfección la de una red social conocida, un banco o un servicio de paquetería. El diseño, los logotipos y la estructura son idénticos, lo que nos lleva a confiar en que nos encontramos en un sitio legítimo. Es en esta página donde se nos solicita introducir nuestras credenciales, generalmente el nombre de usuario y la contraseña, con alguna excusa convincente, como verificar la cuenta por motivos de seguridad o confirmar nuestra identidad para ver un contenido. Esta es la culminación de la primera parte de la estafa, el momento preciso en que entregamos las llaves de nuestro castillo digital, sin ser conscientes de las consecuencias.
Una vez que los ciberdelincuentes se hacen con nuestras credenciales, el abanico de posibilidades para ellos es inmenso y aterrador. Pueden acceder a nuestra cuenta y secuestrarla, cambiando la contraseña para que no podamos volver a entrar. Desde ahí, pueden enviar mensajes a todos nuestros contactos en nuestro nombre, propagando la misma estafa y utilizando nuestra reputación para engañar a nuestros amigos y familiares. En otros casos, si usamos la misma contraseña para otros servicios, como el correo electrónico o la banca online, intentarán acceder a ellos. El objetivo final de esta modalidad de estafa es siempre económico, ya sea vendiendo nuestros datos en la dark web, o utilizándolos directamente para vaciar nuestras cuentas bancarias o solicitar créditos a nuestro nombre.