La sola idea de enfrentarse a un control de alcoholemia de madrugada, al ver las luces azules destellando en la rotonda, es suficiente para acelerar el pulso a cualquier conductor. En ese instante de tensión, cuando un agente de la Guardia Civil o de la Policía Local nos da el alto y nos solicita que soplemos, la duda sobre cómo proceder puede generar una enorme incertidumbre. Muchos, llevados por el pánico o por un mal consejo, consideran la posibilidad de negarse en rotundo. Creen, erróneamente, que es una vía de escape, una forma de evitar una sanción segura si se ha bebido más de la cuenta. Sin embargo, esta decisión es, sin lugar a dudas, la peor que se puede tomar al volante.
Lo que la mayoría de los conductores desconoce es que el acto de negarse a realizar la prueba de alcoholemia trasciende la mera infracción de tráfico. No estamos hablando de una multa más abultada o de una mayor pérdida de puntos en el carnet de conducir, sino de una elección que nos sitúa directamente en el ámbito del Código Penal. Es, en esencia, una decisión que transforma una posible sanción administrativa en un delito con consecuencias devastadoras que incluyen penas de prisión y la retirada del permiso de conducir por un tiempo considerablemente largo. Comprender la magnitud de este error es fundamental para cualquier persona que se ponga al volante en España, pues la ignorancia, en este caso, no exime de una culpa que puede marcar un antes y un después en la vida de una persona.
1EL MOMENTO DE LA VERDAD: QUÉ OCURRE CUANDO TE PARA LA GUARDIA CIVIL
Cuando un vehículo es detenido por los agentes en el marco de una campaña de seguridad vial, la situación inicial es siempre la misma. El conductor tiene la obligación legal de detenerse y seguir las indicaciones, lo cual incluye la identificación personal y la del vehículo. El requerimiento para someterse a las pruebas de detección de alcohol forma parte del procedimiento estándar en un control de alcoholemia, una diligencia de carácter preventivo amparada por la Ley de Seguridad Vial y cuyo objetivo primordial es retirar de la circulación a aquellos que supongan un riesgo para los demás. La actitud del conductor en este primer contacto es observada de cerca, pues puede ser un indicio relevante para los agentes.
Acto seguido, el agente solicitará al conductor que sople a través de una boquilla desechable en un etilómetro de aproximación, también conocido como «el soplómetro». Este primer test es una prueba de cribado, rápida y orientativa. Si el resultado es negativo, el conductor podrá continuar su marcha sin mayor dilación. Pero si arroja un resultado positivo o si el conductor presenta síntomas evidentes de estar bajo la influencia del alcohol, se procederá a una segunda prueba más precisa, un procedimiento que apenas dura unos segundos y cuyo resultado determina los siguientes pasos y la posible inmovilización del vehículo.