domingo, 20 julio 2025

El sencillo test de la silla que la sanidad pública usa para medir tu esperanza de vida en 30 segundos

A menudo, las verdades más profundas sobre nuestra salud no se esconden en complejas analíticas o en sofisticadas máquinas de diagnóstico, sino en los gestos más mundanos y cotidianos que realizamos a diario sin prestarles la más mínima atención. El sencillo test de la silla es, probablemente, el mejor ejemplo de esta realidad, una herramienta de una simplicidad abrumadora que, sin embargo, se ha convertido para muchos profesionales de la sanidad en un indicador de una potencia extraordinaria. Esta prueba, lejos de ser un mero ejercicio, funciona como una ventana directa a nuestra capacidad funcional, reflejando el estado de nuestra fuerza, equilibrio y agilidad, tres pilares fundamentales que no solo definen nuestra calidad de vida presente, sino que, según múltiples estudios, guardan una correlación asombrosa con nuestra longevidad.

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No se trata, por supuesto, de un método adivinatorio ni de una sentencia inapelable, sino de una evaluación biomecánica que desnuda nuestra condición física más esencial. Lo que este desafío de treinta segundos realmente pone de manifiesto es la salud de nuestro sistema musculoesquelético y, de forma indirecta, la de nuestro sistema cardiovascular. La capacidad para levantarnos de una silla repetidamente sin ayuda de las manos es un acto que requiere una coordinación neuromuscular precisa y una potencia en el tren inferior que, lamentablemente, se va perdiendo con el sedentarismo y el paso de los años, , una pérdida que este ejercicio saca a la luz de una forma tan evidente como reveladora. La intriga no reside en el resultado en sí, sino en lo que este nos está comunicando sobre nuestro estado de forma y, más importante aún, sobre la trayectoria que está tomando nuestro envejecimiento.

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MÁS ALLÁ DE LOS NÚMEROS: INTERPRETANDO TUS RESULTADOS

Fuente: Freepik

Una vez completada la prueba, el número de repeticiones obtenidas es la puntuación final, una cifra que, por sí sola, puede no decir mucho. Para darle un contexto, existen tablas de referencia, como las proporcionadas por los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, que establecen los valores promedio para diferentes franjas de edad y sexo. Por ejemplo, para un hombre entre 60 y 64 años, una puntuación considerada normal estaría por encima de las 14 repeticiones, mientras que para una mujer de la misma edad, el umbral se sitúa en 12. Caer por debajo de estas cifras no es un diagnóstico, , sino una señal de alerta que indica que la fuerza del tren inferior y el equilibrio podrían estar por debajo de lo deseable para esa etapa de la vida, lo que se asocia directamente con un mayor riesgo de caídas.

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La letra pequeña de este resultado es aún más profunda. Una puntuación baja en el test de la silla no debe interpretarse como una condena, sino como una valiosa información preventiva, una especie de luz de aviso en el salpicadero de nuestro cuerpo. La evidencia científica sugiere que las personas con un rendimiento bajo en esta prueba pueden tener una recuperación más lenta tras una cirugía o presentar un mayor riesgo de complicaciones asociadas a problemas cardíacos o pulmonares. En esencia, , la incapacidad para superar la prueba con soltura sugiere que nuestra reserva funcional es limitada, un concepto clave en geriatría que define la capacidad del cuerpo para sobreponerse al estrés físico de una enfermedad o una lesión. Por ello, la verdadera potencia de este test de la silla reside en su capacidad para motivar un cambio de hábitos antes de que sea demasiado tarde.

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