El pesimismo, aunque parezca una actitud individual, tiene un poder colectivo que muchas veces pasa desapercibido. Estar en contacto constante con personas negativas puede llegar a alterar nuestro estado de ánimo, nuestras decisiones y hasta nuestra salud física y mental. Lo cierto es que las emociones se contagian, y si bien podemos absorber la alegría de un ambiente festivo, también corremos el riesgo de impregnarnos de la tristeza, el miedo o la apatía de quienes nos rodean.
Esta realidad emocional no es una percepción ligera, pues la ciencia confirma que nuestras neuronas espejo reaccionan ante las emociones ajenas. Así, si alguien se queja de todo, vive en un estado de alerta constante o adopta una visión derrotista del mundo, nuestro cerebro tiende a alinearse con ese tono emocional. El pesimismo se convierte entonces en un virus social que, sin darnos cuenta, baja nuestro ánimo, debilita nuestras capacidades y nos desconecta del deseo de avanzar.
2Existen personas más vulnerables al pesimismo

No todas las personas son igual de susceptibles al contagio emocional. Las personas con alta empatía emocional, baja autoestima o inseguridad tienden a absorber con mayor facilidad el pesimismo del entorno. En muchos casos, buscan aprobación y evitan el rechazo adoptando el mismo tono negativo de quienes les rodean. Esta dinámica puede llevar a una desconexión con el propio juicio y una tendencia a asumir como ciertas ideas derrotistas que, en realidad, podrían cuestionarse con una mirada más equilibrada.
Incluso quienes se encuentran en un estado emocional neutro pueden terminar contagiados. El cerebro humano está programado para adaptarse al ambiente como mecanismo de supervivencia, así que si todos a nuestro alrededor ven el mundo con desesperanza, es probable que, sin darnos cuenta, empecemos a hacerlo también. Por eso es tan importante tener herramientas para identificar este tipo de influencias y alejarnos cuando sea necesario.