viernes, 18 julio 2025

La ‘trampa’ de los 5 años de garantía: la letra pequeña que los fabricantes no quieren que conozcas

La promesa de una extensa garantía se ha convertido en uno de los reclamos más poderosos en el competitivo mercado de la electrónica y los electrodomésticos, un argumento de venta casi infalible que susurra confianza al oído del consumidor. Cuando un fabricante estampa un sello de cinco, diez o incluso veinte años de cobertura en su producto, parece estar firmando un pacto de durabilidad y fiabilidad. Sin embargo, detrás de esta fachada de seguridad se esconde a menudo un laberinto de cláusulas y exclusiones. Es una tranquilidad que, en muchas ocasiones, resulta ser un espejismo cuidadosamente construido por los departamentos de marketing, más que un compromiso real con el consumidor. La realidad contractual que subyace a estas ofertas puede ser muy distinta a la imagen que proyectan, convirtiendo la solución a un problema en el inicio de otro.

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Esta estrategia comercial, perfectamente legal, se aprovecha del desconocimiento general sobre la normativa vigente y de la natural aversión a leer la letra pequeña. La mayoría de los compradores asume, de forma errónea, que una garantía extendida es simplemente una prolongación de las mismas condiciones que amparan al producto durante su periodo legal obligatorio. Nada más lejos de la verdad. Los fabricantes juegan con nuestras expectativas, ofreciendo un señuelo que desvía la atención de las limitaciones reales del servicio, una estrategia que conviene conocer a fondo antes de tomar una decisión de compra. Entender la diferencia fundamental entre la protección que nos otorga la ley y los compromisos voluntarios que adquiere una marca es la única herramienta para no caer en una trampa que puede acabar costándonos tiempo y, sobre todo, dinero.

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CUANDO EL MOTOR ESTÁ CUBIERTO, PERO TU BOLSILLO NO

Fuente: Freepik

Vamos a un caso práctico que ilustra perfectamente esta disonancia. Imagina que tu lavavajillas, con una flamante garantía de diez años en su motor «Inverter», deja de funcionar en su quinto año de vida. Tras contactar con el servicio técnico, el operario acude a tu domicilio y diagnostica que, efectivamente, el motor se ha quemado. La buena noticia es que, gracias a la garantía comercial, no tienes que pagar por la nueva pieza. La mala noticia es que la factura de la intervención, que incluye el desplazamiento y una hora y media de mano de obra, asciende a 120 euros. El valor de la pieza que te han «regalado» era de apenas 45 euros, con lo que la reparación te ha costado casi el triple de lo que valía el componente cubierto, una circunstancia que desvirtúa por completo el beneficio prometido.

Este modelo se repite en infinidad de productos y componentes, desde el mencionado compresor del frigorífico hasta la cuba de la lavadora. El fabricante se asegura una buena imagen de marca prometiendo durabilidad en el corazón del aparato, pero se desentiende de los costes operativos de una posible reparación. Además, el diagnóstico queda siempre en manos del servicio técnico oficial, lo que sitúa al consumidor en una posición de clara desventaja si discrepa de la valoración, pues es él quien debe demostrar, a través de un peritaje externo y costoso, que la avería corresponde a otro componente que sí debería estar cubierto por una supuesta garantía integral.

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