El sueño no solo depende de cuántas horas pasamos en la cama, sino también de cómo cuidamos al cuerpo en las horas previas. Una cena pesada, demasiado tarde o poco equilibrada puede interferir directamente en la calidad del descanso, provocando digestiones lentas, sensación de pesadez e incluso despertares a mitad de la noche. Aunque no siempre lo asociamos, lo que ponemos en el plato por la noche influye más de lo que creemos en cómo dormimos y cómo nos sentimos al día siguiente.
Cuando cenamos más temprano y optamos por comidas ligeras el sueño mejora considerablemente. Esta modificación sencilla permite que el cuerpo procese los alimentos antes de acostarnos, lo que reduce el esfuerzo del sistema digestivo durante la noche y facilita un descanso más profundo. No se trata de hacer dieta ni de contar calorías, sino de ser conscientes de que lo que comemos por la noche tiene un impacto directo en nuestra salud, tanto física como mental.
3Una rutina que también se entrena desde la cocina

El sueño no es un botón que se activa cuando apagamos la luz, sino el resultado acumulado de lo que hemos hecho durante el día, y la cena forma parte fundamental de esa cadena. Cuidar lo que comemos por la noche ayuda a que el cuerpo entre con mayor facilidad en una fase de descanso profundo, sin interrupciones ni molestias. Establecer una rutina nocturna que incluya cenas ligeras y a una hora prudente es un gesto sencillo que transforma las noches de forma progresiva pero muy efectiva.
El sueño mejora cuando dejamos de verlo como un acto aislado y empezamos a construir hábitos que lo favorezcan. Y no hace falta complicarse, solo basta con bajar el ritmo por la noche, evitar excesos y preparar comidas que nutran sin saturar. Si lo convertimos en costumbre, el cuerpo lo nota. Dormimos mejor, nos levantamos con más energía y nuestra digestión también lo agradece. En definitiva, descansar bien no es cuestión de suerte, sino de saber qué decisiones tomamos, incluso en la cena.