La ‘cocción inversa’ del pulpo está revolucionando las cocinas más exigentes, un giro copernicano a la forma en que entendemos la preparación de uno de los tesoros de la gastronomía gallega. Lejos de las icónicas potas de cobre y el ritual de «asustar» al cefalópodo, emerge una metodología que abraza la ciencia para alcanzar una perfección casi inalcanzable por métodos convencionales. Esta técnica, que combina la cocción a baja temperatura durante horas con un sellado final a fuego vivo, no es solo una receta, sino una declaración de intenciones, una búsqueda de la textura mantecosa definitiva que se deshace en el paladar. Es la respuesta de la vanguardia a una pregunta ancestral: ¿cómo lograr la máxima ternura sin sacrificar un ápice de sabor? La respuesta parece estar en la paciencia y la precisión milimétrica.
Este innovador enfoque, conocido como ‘cocción inversa’, subvierte el orden tradicional para poner la textura en el centro de la ecuación culinaria. Imaginen un producto que conserva toda su esencia marina, cada matiz de su sabor concentrado al máximo al cocinarse herméticamente en sus propios jugos. El resultado es una experiencia sensorial completamente nueva, un contraste de texturas que redefine la experiencia de comer este cefalópodo y que está ganando adeptos a una velocidad vertiginosa. Los puristas pueden arquear una ceja, pero quienes lo prueban entienden de inmediato que no se trata de desplazar a la tradición, sino de elevarla a una nueva dimensión, una donde la ternura extrema no es una casualidad afortunada, sino una garantía científica.
2CIENCIA Y SABOR EN UNA BOLSA AL VACÍO: LA MAGIA DEL SOUS-VIDE

La técnica del sous-vide, o cocción a baja temperatura en bolsa de vacío, es el corazón de este método revolucionario. Al envasar el pulpo herméticamente, a menudo con apenas una hoja de laurel o unas gotas de aceite de oliva, se crea un microcosmos donde nada se escapa. A diferencia de la cocción en agua, donde parte del sabor inevitablemente se diluye en el líquido, aquí ocurre todo lo contrario. El cefalópodo se cocina en su propia esencia, reteniendo todos sus jugos y aromas naturales dentro del envase, lo que resulta en una concentración de sabor marino extraordinariamente pura e intensa. Es una explosión sápida que el método tradicional simplemente no puede igualar por su propia naturaleza.
El milagro textural sucede a nivel molecular. La cocción prolongada a una temperatura precisa pero relativamente baja logra lo que el hervor violento no puede: descompone el colágeno, el responsable de la dureza del pulpo, transformándolo en suave gelatina. Este proceso se produce sin que las fibras musculares se contraigan y endurezcan, como sí ocurre a temperaturas más altas. El resultado es una carne increíblemente tierna, casi cremosa, convirtiendo el colágeno duro en una gelatina suave que se deshace en la boca. No es magia, es ciencia aplicada con un objetivo muy claro: obtener la mejor versión posible de un pulpo tierno y sabroso.