El queso más caro del mundo es, para sorpresa de muchos, un tesoro gastronómico español que nace en la imponente soledad de los Picos de Europa. Hablamos del Gamonéu del Puerto, un manjar que nace de la niebla, la montaña y el saber hacer de unos pocos artesanos, convirtiéndolo en un objeto de deseo para gourmets de todo el planeta. Su historia no se escribe en libros de contabilidad, sino en las escarpadas laderas asturianas, donde cada pieza es un testimonio de una forma de vida heroica y en peligro de extinción. Una joya culinaria cuyo valor trasciende con creces su precio, ya de por sí astronómico.
Este queso asturiano, protegido por una Denominación de Origen, despierta una curiosidad casi reverencial, una fascinación por comprender cómo un proceso tan ancestral puede dar lugar a un producto de vanguardia, cuyo valor trasciende lo meramente económico para adentrarse en el terreno de la leyenda. No es solo un alimento; es el resultado de un ecosistema, de la leche cruda de animales que pastan en libertad y de la penumbra sagrada de una cueva. Un equilibrio perfecto entre la naturaleza más salvaje y la mano paciente del hombre, que da como resultado una experiencia sensorial única, un viaje al corazón mismo de Asturias que muy pocos han tenido el privilegio de experimentar.
4LA CUEVA: EL SANTUARIO DONDE EL TIEMPO DETIENE SU RELOJ

La fase final y más mágica en la vida del Gamonéu del Puerto transcurre en las cuevas naturales de caliza de los Picos de Europa. No son bodegas artificiales, sino grutas excavadas por el agua durante milenios, lugares donde la temperatura se mantiene constante y fresca y la humedad roza el cien por cien. En estas catedrales naturales, se produce una simbiosis mágica entre el queso y el entorno, donde la alta humedad y la temperatura constante permiten el desarrollo lento y controlado de los mohos, responsables de su veteado azul-verdoso y su potente y refinado sabor. Unas condiciones imposibles de imitar.
Durante un mínimo de dos meses, aunque a menudo mucho más, los quesos son volteados periódicamente a mano por los artesanos, un cuidado esencial para que la maduración sea homogénea y la corteza natural, poblada de hongos de colores rojizos, verdosos y azulados, se desarrolle correctamente, protegiendo un interior que se vuelve cada vez más cremoso y complejo con el paso de las semanas. Es aquí, en el silencio y la oscuridad, donde este queso español adquiere su alma, desarrollando esos matices a avellana, hierbas de montaña y un picante elegante que lo hacen inconfundible.