martes, 22 julio 2025

Por qué los grandes cocineros nunca lavan el jamón ibérico antes de cortarlo, aunque esté ‘mohoso’

El jamón ibérico es, sin duda, la joya de la corona de la gastronomía española, un producto cuyo complejo proceso de elaboración roza lo sagrado. Sin embargo, para el consumidor no iniciado, la visión de una pata cubierta de una capa de moho blanquecino o grisáceo puede generar un rechazo instintivo y una pregunta inmediata: ¿debería lavarlo? La respuesta de cualquier maestro cortador o cocinero de prestigio sería un rotundo no, una negativa que encierra uno de los secretos mejor guardados de su excepcional sabor. Esa pátina, lejos de ser un defecto, es una bendición, un velo biológico que es parte esencial e irrenunciable de su curación.

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Este manto, conocido técnicamente como flora micótica, es el resultado de meses, e incluso años, de reposo paciente en las bodegas naturales. Es un ecosistema vivo y controlado que se desarrolla en la superficie del jamón, protegiéndolo y, lo que es más importante, contribuyendo activamente a la creación de su inconfundible ‘bouquet’. Entender por qué ese moho no solo no se debe eliminar con agua, sino que se debe respetar como un sello de calidad, es adentrarse en la verdadera alquimia del jamón ibérico. Es descubrir que, a veces, lo que a primera vista parece un defecto es en realidad la firma de un proceso artesanal y el garante de una experiencia sensorial única.

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POR QUÉ EL AGUA ES EL PEOR ENEMIGO DE UN BUEN JAMÓN

Fuente Pexels

La idea de lavar una pata entera de jamón ibérico bajo el grifo es una auténtica pesadilla para cualquier experto. El agua es el enemigo número uno de un producto curado, cuya excelencia se basa precisamente en la pérdida controlada de humedad a lo largo del tiempo. Introducir agua de forma masiva en la superficie es alterar de manera violenta el delicado equilibrio que ha costado años conseguir. Esta humedad repentina y excesiva puede diluir los aromas y sabores superficiales, arruinando la complejidad organoléptica que la flora micótica ha ayudado a crear y dejando un regusto insípido o incluso desagradable.

Pero el daño va mucho más allá. Al mojar la pieza, se crea un entorno ideal para la proliferación de bacterias y mohos indeseados, muy distintos a la flora beneficiosa de la bodega. El agua puede penetrar en las pequeñas fisuras de la corteza y la grasa, generando focos de putrefacción que echarían a perder la pieza por completo. Además, la grasa del jamón ibérico, una vez mojada, puede adquirir una textura jabonosa y desarrollar sabores rancios. En definitiva, lavar el jamón es un acto que no solo no limpia, sino que contamina, estropeando irreversiblemente un producto de lujo que ha sido tratado con mimo durante todo su proceso.

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