miércoles, 23 julio 2025

Por qué los grandes cocineros nunca lavan el jamón ibérico antes de cortarlo, aunque esté ‘mohoso’

El jamón ibérico es, sin duda, la joya de la corona de la gastronomía española, un producto cuyo complejo proceso de elaboración roza lo sagrado. Sin embargo, para el consumidor no iniciado, la visión de una pata cubierta de una capa de moho blanquecino o grisáceo puede generar un rechazo instintivo y una pregunta inmediata: ¿debería lavarlo? La respuesta de cualquier maestro cortador o cocinero de prestigio sería un rotundo no, una negativa que encierra uno de los secretos mejor guardados de su excepcional sabor. Esa pátina, lejos de ser un defecto, es una bendición, un velo biológico que es parte esencial e irrenunciable de su curación.

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Este manto, conocido técnicamente como flora micótica, es el resultado de meses, e incluso años, de reposo paciente en las bodegas naturales. Es un ecosistema vivo y controlado que se desarrolla en la superficie del jamón, protegiéndolo y, lo que es más importante, contribuyendo activamente a la creación de su inconfundible ‘bouquet’. Entender por qué ese moho no solo no se debe eliminar con agua, sino que se debe respetar como un sello de calidad, es adentrarse en la verdadera alquimia del jamón ibérico. Es descubrir que, a veces, lo que a primera vista parece un defecto es en realidad la firma de un proceso artesanal y el garante de una experiencia sensorial única.

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UN SIGNO DE AUTENTICIDAD: EL ‘MOHO BUENO’ COMO SELLO DE CALIDAD

Fuente Pexels

En un mundo cada vez más industrializado, la presencia de esta flora micótica en un jamón ibérico debería ser interpretada por el consumidor como un signo inequívoco de calidad y artesanía. Un jamón que presenta un aspecto impoluto, brillante y completamente libre de moho puede haber sido curado en secaderos industriales con condiciones de humedad y temperatura artificiales, o incluso haber sido tratado con fungicidas o cepillado de forma agresiva antes de su venta. La capa de moho, por el contrario, nos habla de una curación lenta y paciente en una bodega natural, donde la pieza ha respirado y evolucionado al ritmo que marca la tradición.

Por tanto, la próxima vez que te encuentres ante una pata de jamón ibérico con esa pátina blanquecina, no la mires con recelo. Mírala con el respeto que merece un producto que lleva la firma de la naturaleza y el tiempo. Es la prueba visible de que no estás ante un producto industrial en serie, sino ante una obra de arte gastronómica. Esa capa es la garantía de que bajo ella se esconde un universo de matices, aromas y sabores que solo un proceso de curación auténtico y sin atajos puede ofrecer. Es la evidencia de que estás ante un excepcional jamón ibérico.

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