- Detrás de las cámaras y las decisiones de Estado, se esconde una epidemia silenciosa. De la mano de los expertos del Centre de Psicologia Jaume I en Girona, analizamos el coste real de vivir en una olla a presión 24/7.
Vivimos en una era de polarización extrema, crisis constantes y una demanda de inmediatez que roza lo inhumano. En el epicentro de este huracán se encuentran nuestros líderes políticos y altos directivos, figuras a las que exigimos una fortaleza casi sobrehumana. Aplaudimos su capacidad para tomar decisiones bajo presión… Pero, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar en el peaje que pagan?
La respuesta, según los especialistas, es un rotundo no. Hemos normalizado una cultura de la hiper-productividad que es insostenible. «El estrés crónico se ha convertido en una medalla no oficial, un símbolo de compromiso«, nos explica el equipo del Centre de Psicologia Jaume I de Girona, un centro con amplia experiencia en el tratamiento de profesionales sometidos a alta presión. «Sin embargo, detrás de esa fachada de control, se está gestando una crisis de salud mental de consecuencias devastadoras: el síndrome de burnout».
No hablamos de un simple cansancio. Hablamos de un agotamiento emocional, físico y mental tan profundo que lleva a la despersonalización, a ver a los ciudadanos como números y a los problemas como meros trámites. Es la sensación de estar «quemado», de haber vaciado por completo el depósito sin posibilidad de repostar.
Para analizar a fondo estas situaciones límite, acudimos a la consulta de un psicólogo en Girona, en este caso, contactamos con la psicóloga sanitaria Dina Rawhan del mencionado centro, quien nos da la primera clave: «La normalización del estrés es el primer paso hacia el burnout. El problema no es sentir presión, el problema es creer que se puede vivir en alerta máxima de forma indefinida sin que haya consecuencias. El cuerpo y la mente siempre pasan factura».
Casos como el del exministro Màxim Huerta, que dimitió a los pocos días de su nombramiento superado por la presión mediática, o las confesiones de líderes internacionales sobre su lucha contra la depresión, son solo la punta del iceberg. Son las historias que llegan a los titulares. Pero por cada una de ellas, hay cientos de alcaldes, concejales y directivos que sufren en silencio, atrapados en una espiral de ansiedad y cinismo.
«El síntoma más peligroso del burnout en estas posiciones de poder es la pérdida de empatía», prosigue la psicóloga del centro gerundense. «Cuando estás quemado, tu cerebro entra en modo supervivencia. Dejas de conectar con las necesidades de los demás porque estás demasiado ocupado intentando no hundirte tú. Y es entonces cuando se toman las peores decisiones, tanto a nivel político como personal«.
Este desgaste no se queda en el despacho. Se filtra en casa, en las relaciones personales y, muy a menudo, es el detonante de crisis de pareja devastadoras. La persona que llega a casa no es un líder, es una cáscara vacía, incapaz de conectar emocionalmente, irritable y ausente.
Por ello, cada vez más profesionales que se ven reflejados en esta descripción buscan activamente un tratamiento para tratar estrés y el burnout con el objetivo de adquirir herramientas que les permitan gestionar la presión sin sacrificar su bienestar y su vida familiar. No se trata de trabajar menos, sino de trabajar de una forma más inteligente y, sobre todo, más sana. Es aprender a desconectar la mente de la misma forma que se apaga el móvil al final del día, una habilidad que parece simple, pero que se ha convertido en un lujo para quienes viven en el ojo del huracán.
Pero, si las consecuencias son tan evidentes, ¿por qué sigue siendo un tabú pedir ayuda en las altas esferas? La respuesta, tal y como nos confirman desde el Centre de psicología Jaume I de Girona, se encuentra en una paradoja tóxica: el estigma de la vulnerabilidad. En un mundo que premia la imagen de una fortaleza inquebrantable, admitir que se necesita apoyo se percibe, erróneamente, como una debilidad imperdonable. «Un líder que admite estar sobrepasado teme ser visto como incapaz, y en política o en un consejo de administración, la percepción de incapacidad es una sentencia de muerte profesional«, nos confirman desde el centro de psicología.
El verdadero peligro es que esta mentalidad es un castillo de naipes. Un cerebro agotado no es un cerebro eficiente. Toma peores decisiones, es menos creativo, más propenso a errores de juicio y, en última-instancia, se convierte en un riesgo para la organización o el electorado que representa. La verdadera fortaleza, por tanto, no es aguantar hasta romperse, sino tener la inteligencia estratégica de hacer mantenimiento.

Las Herramientas del «Mantenimiento Mental»: ¿Qué se hace realmente en terapia?
Lejos del cliché del diván, el enfoque que nos detallan desde el centro de Girona se centra en dotar a estos profesionales de un cinturón de herramientas prácticas y a medida. No se trata de eliminar el estrés, pues un cierto nivel es inherente al cargo, sino de aprender a gestionarlo.
- Redefinir el Éxito: El primer paso es romper con la idea de que el éxito es un sprint infinito. Se trabaja en establecer métricas de éxito personal que vayan más allá del próximo resultado electoral o el balance trimestral, incluyendo el bienestar personal como un KPI (Indicador Clave de Rendimiento) no negociable.
- Técnicas de Descompresión Mental: Se enseñan estrategias para crear fronteras claras entre la vida profesional y la personal. Esto puede ir desde técnicas de mindfulness de apenas cinco minutos entre reuniones, hasta la creación de «rituales de cierre» al final del día que le indiquen al cerebro que la jornada laboral ha terminado y que es hora de cambiar de rol.
- Gestión de la Crítica y la Exposición: Se dota al individuo de un filtro para diferenciar entre la crítica constructiva, que es útil, y el ataque personal o el ruido tóxico de las redes sociales, que es destructivo. Aprender a no interiorizar la hostilidad externa es una habilidad de supervivencia clave
En definitiva, invertir en salud mental no es un lujo ni un capricho. Para un líder político, es una inversión estratégica en su principal herramienta de trabajo: su propia mente. Como bien resume la psicóloga Dina Rahwan desde el Centre de Psicologia Jaume I en Girona, «la verdadera fortaleza de un líder no reside en no caer nunca, sino en saber cuándo y cómo pedir ayuda para levantarse«.