El tradicional saludo en Oñati rompe con todas las convenciones sociales que conocemos en el resto de Europa, estableciendo un precedente único y fascinante. En esta localidad guipuzcoana del País Vasco, el ‘musukia’, un beso en los labios entre hombres, es mucho más que un simple gesto de cortesía; es un vestigio vivo de la historia que se remonta al siglo XVI. La práctica, lejos de ser un acto íntimo o romántico en el sentido moderno, representa la máxima expresión de confianza y hermandad entre amigos y conocidos, una costumbre que se ha transmitido de padres a hijos, conservando su esencia como un pacto de lealtad y fraternidad sellado con un beso.
Imaginar una escena así en cualquier otra plaza de España o del continente resultaría, como poco, chocante y probablemente malinterpretado. Sin embargo, en Oñati forma parte del ADN cultural de sus gentes, un pilar de su identidad colectiva que ha sobrevivido a siglos de cambios sociales, políticos y culturales. Esta singularidad nos obliga a preguntarnos qué tiene de especial esta tierra para haber forjado una tradición tan profundamente arraigada que desafía las nociones modernas de espacio personal, demostrando que las raíces culturales pueden ser más fuertes que las normas sociales contemporáneas. El misterio de su origen y pervivencia es, en sí mismo, un viaje apasionante a las profundidades del alma vasca.
1UN VIAJE AL SIGLO XVI: EL NACIMIENTO DE UN SALUDO INSÓLITO
Para comprender el ‘musukia’ es imprescindible despojarse de la mirada del siglo XXI y sumergirse en la Oñati de hace quinientos años. En aquel entonces, las comunidades eran núcleos cerrados donde la confianza lo era todo y la palabra dada tenía un valor sagrado, casi notarial. Este particular saludo nació en ese contexto, como una herramienta para sellar pactos y demostrar una lealtad inquebrantable entre los hombres de la villa, especialmente en gremios y cofradías. Era un gesto que iba más allá de la simple cortesía, convirtiéndose en una declaración de intenciones y un juramento silencioso de apoyo mutuo.
Las crónicas y los estudios locales sugieren que esta práctica se consolidó como un símbolo de igualdad y pertenencia a un círculo de confianza. En un mundo lleno de incertidumbres y peligros, saber quién estaba verdaderamente de tu lado era una cuestión de supervivencia. Por ello, el ‘musukia’ no era un acto impulsivo ni romántico, sino una formalidad cargada de significado entre hombres de la misma comunidad, un código no escrito que diferenciaba a los propios de los extraños y que se ejecutaba con solemnidad, especialmente en momentos clave de la vida social y religiosa del pueblo.