Las tapas gratis en Andalucía son mucho más que una simple cortesía o un reclamo turístico para atraer a los sedientos viajeros. Representan un pilar fundamental de la cultura del sur, un ritual social que acompaña a la caña o al vino y que transforma el simple acto de beber en una experiencia gastronómica completa. Esta costumbre, tan arraigada que parece haber existido desde siempre, esconde un origen sorprendente y mucho más pragmático de lo que las leyendas populares nos han contado. No se trata solo de generosidad, sino de una herencia directa de una época convulsa que buscaba, por encima de todo, mantener el orden en las calles y en las tabernas de una España que se recuperaba de sus heridas.
La imagen de una barra repleta de pequeñas delicias culinarias que se ofrecen sin coste con cada consumición es una estampa que define a ciertas provincias andaluzas y que muchos dan por sentada. Sin embargo, detrás de esta generosidad hostelera se oculta una historia fascinante que va más allá de la competencia entre bares o de las viejas anécdotas sobre reyes sabios que tapaban sus copas con una loncha de jamón. Existe una razón oculta, casi olvidada por el paso del tiempo, una razón que se hunde en las brumas de la historia reciente de nuestro país y que vincula directamente la costumbre de las tapas gratis con la necesidad de controlar los efectos del alcohol en la población.
3¿LEYENDA URBANA O REALIDAD JURÍDICA? DESMONTANDO EL MITO

Aquí es donde la historia se vuelve más interesante y difusa, entrando en el terreno del debate entre la memoria colectiva y la evidencia documental. Si uno busca en el Boletín Oficial del Estado una ley nacional de 1941 que imponga esta medida, es muy probable que no la encuentre. La realidad parece ser más compleja y fragmentada, dependiendo de ordenanzas locales y bandos municipales que no siempre han sobrevivido al paso del tiempo en los archivos. Aunque la base histórica de la medida es real y se enmarca perfectamente en la mentalidad controladora de la época, lo cierto es que no existe una ley andaluza o estatal de 1941 con ese texto exacto que siga vigente y obligue a los bares a esta práctica.
Lo que sí parece cierto es que la norma, ya fuera escrita o simplemente una directriz verbal transmitida con severidad, caló tan hondo en el sector hostelero que se convirtió en costumbre. El miedo a la sanción o al cierre del local se transformó, con el paso de las décadas y la llegada de la democracia y la prosperidad, en una tradición inquebrantable. La obligación se convirtió en un hábito y, más tarde, en un signo de distinción y calidad del establecimiento. La ley se desvaneció, pero su espíritu pervivió, dando forma a la cultura de las tapas gratis, una práctica que ha sido transmitida de generación en generación de hosteleros como un código de honor no escrito.