La Dirección General de Tráfico (DGT) mantiene una vigilancia constante sobre las conductas que, directa o indirectamente, pueden comprometer la seguridad en nuestras carreteras, un gesto que muchos consideran trivial, pero que esconde un riesgo mucho mayor de lo que aparenta, es el de apurar el depósito de combustible hasta el último momento. Esta costumbre, arraigada en la creencia de exprimir cada euro o simplemente por descuido, ha generado un debate persistente en torno a su legalidad y las posibles sanciones asociadas. La idea de una multa específica por circular con el testigo de la reserva encendido se ha convertido en una especie de leyenda urbana entre los conductores españoles, un temor difuso que merece ser analizado con detenimiento para separar el mito de la realidad y comprender las verdaderas implicaciones de esta práctica tan común.
Lo cierto es que el Reglamento General de Circulación no contempla una sanción directa por el simple hecho de conducir con un nivel bajo de combustible. Sin embargo, el problema no reside en la falta de carburante en sí, sino en las peligrosas consecuencias que esta situación puede desencadenar. Quedarse inmovilizado en una vía, especialmente en una de alta capacidad como una autovía o autopista, constituye una infracción grave por generar un obstáculo peligroso para la circulación, y es en este punto donde la normativa se aplica con todo su rigor. La sanción, por tanto, no castiga la previsión del conductor, sino el resultado tangible y arriesgado de su negligencia, una distinción fundamental que todo automovilista debería conocer para evitar no solo una multa, sino, lo que es más importante, un posible accidente.
2EL EFECTO DOMINÓ: CUANDO EL MOTOR SE CALLA EN EL PEOR MOMENTO

Cuando un vehículo agota su combustible, no se apaga de forma limpia y silenciosa como si girásemos la llave. El proceso comienza con una serie de tirones y un funcionamiento errático del motor, una señal inequívoca de que la bomba de combustible está empezando a aspirar aire en lugar de líquido. Esta fase inicial ya supone una pérdida de control para el conductor, que ve cómo la respuesta del acelerador se vuelve impredecible. En cuestión de segundos, el motor se cala definitivamente, pero las consecuencias más graves se desencadenan a continuación. La detención del propulsor provoca la desconexión de sistemas vitales de asistencia a la conducción.
La pérdida más crítica e inmediata es la de la dirección asistida y el servofreno. Sin la ayuda del motor, el volante se endurece drásticamente, exigiendo una fuerza considerable para poder maniobrar y dirigir el vehículo hacia una zona segura. De igual manera, el pedal del freno se vuelve extremadamente duro, ya que el sistema de asistencia hidráulica o neumática deja de funcionar, lo que alarga peligrosamente la distancia de detención. Un conductor que se enfrente a esta situación en una curva o en un tramo concurrido de una autovía se encuentra en una posición de vulnerabilidad extrema, donde una maniobra que normalmente sería sencilla se convierte en una peligrosa proeza con un elevado riesgo de accidente. La supervisión de la DGT sobre estas situaciones es máxima.