Si haces ayuno intermitente, los psiquiatras quieren que sepas sobre este preocupante efecto secundario

El ayuno intermitente se ha convertido, casi de la noche a la mañana, en la estrategia nutricional estrella para millones de personas en España que buscan perder peso o mejorar su salud. Respaldado por celebridades y promocionado en redes sociales como la panacea para casi todo, su popularidad ha crecido de forma exponencial. Sin embargo, tras esta fachada de bienestar y disciplina, un coro de voces expertas, principalmente desde el campo de la psiquiatría y la psicología, comienza a poner el grito en el cielo. Advierten de una realidad mucho más oscura y silenciosa, una que no se cuenta en los posts de Instagram, y que puede transformar una simple pauta alimentaria en la antesala de un grave trastorno mental.

Lo que empieza como un método para controlar las calorías y los horarios de las comidas puede derivar en una peligrosa obsesión. La sociedad aplaude la restricción y la fuerza de voluntad, premiando con elogios la delgadez y el autocontrol, lo que crea el caldo de cultivo perfecto para que ciertas conductas se normalicen. El problema de fondo es que el ayuno intermitente ofrece una estructura perfecta, un conjunto de reglas socialmente aceptadas, para enmascarar desórdenes alimentarios que ya existían de forma latente o, peor aún, para detonarlos. Es un espejismo de salud que, para personalidades vulnerables, puede convertirse en un camino directo hacia la enfermedad sin que nadie en el entorno se dé cuenta.

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EL AYUNO COMO CORTINA DE HUMO SOCIALMENTE ACEPTADA

Fuente Pexels

Quizás el aspecto más perverso de esta moda es su capacidad para servir de coartada perfecta. Para una persona que ya lucha en silencio con una relación conflictiva con la comida, el ayuno intermitente es un regalo. Le proporciona una excusa impecable y socialmente admirada para saltarse comidas, rechazar invitaciones o justificar una pérdida de peso drástica. Es mucho más fácil decir «estoy haciendo el protocolo 16:8» que admitir «tengo miedo a comer». Esta fachada de modernidad y salud, impide que familiares y amigos detecten las señales de alarma que en otro contexto serían evidentes, retrasando una posible intervención hasta que el problema está mucho más arraigado.

La cultura del bienestar ha dado una pátina de legitimidad científica a estas prácticas, utilizando términos como «autofagia» o «cetosis» para vestir de rigor lo que en muchos casos no es más que una restricción calórica severa. Las redes sociales actúan como una cámara de eco, donde algoritmos y comunidades enteras validan y promueven estas conductas, creando una falsa sensación de normalidad. El individuo no se siente solo en su obsesión, sino parte de un movimiento vanguardista que cuida su salud de una forma más inteligente que el resto. Esta cortina de humo es increíblemente eficaz y dificulta enormemente la identificación de un trastorno incipiente.

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