Esta es la mentira de los ‘10.000 pasos al día’: el número mágico es mucho menor y más fácil de alcanzar

La obsesión por alcanzar los 10.000 pasos diarios se ha convertido en una especie de religión para muchos, una cifra redonda y contundente que parece la llave maestra hacia una vida más saludable y longeva. Sin embargo, este dogma del bienestar, repetido hasta la saciedad por aplicaciones de salud y relojes inteligentes, se tambalea sobre cimientos mucho más frágiles de lo que imaginamos. La realidad es que esta meta, a menudo inalcanzable y fuente de frustración para una gran parte de la población, no proviene de un consenso científico riguroso, sino de una historia mucho más mundana y comercial que merece ser contada.

La presión por cumplir con esta cifra puede generar un efecto contrario al deseado, provocando ansiedad y desmotivación en quienes, por su estilo de vida o condición física, no pueden acercarse a ella. Afortunadamente, la ciencia más reciente nos ofrece una perspectiva mucho más alentadora y, sobre todo, realista. Desmontar este mito no significa abrazar el sedentarismo, sino entender que los beneficios reales para nuestra salud aparecen mucho antes, invitándonos a centrarnos en la constancia y no en una cifra mágica que, como veremos, tiene más de marketing que de medicina.

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EL ORIGEN INESPERADO: ¿DE DÓNDE SALIÓ LA CIFRA DE LOS 10.000 PASOS?

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Contrariamente a la creencia popular, la recomendación de los 10.000 pasos no nació en un laboratorio ni en un congreso de cardiología, sino en una brillante campaña de marketing japonesa previa a los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. Una empresa nipona lanzó al mercado un podómetro llamado «Manpo-kei», un nombre que se traduce literalmente como «medidor de 10.000 pasos», estableciendo así, de forma completamente arbitraria, una meta que sonaba bien y era fácil de recordar. La idea caló hondo en la sociedad japonesa y, con el tiempo, se exportó al resto del mundo como un estándar de salud universal.

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El éxito de esta cifra reside en su simplicidad y en el poder psicológico de los números redondos, que nos proporcionan una sensación de logro y control sobre nuestra salud. Sin un respaldo científico sólido en aquel momento, la industria del bienestar y la tecnología la adoptaron masivamente, integrándola en pulseras de actividad y aplicaciones móviles que la reforzaron como una verdad incuestionable. De este modo, una estrategia comercial se disfrazó de recomendación médica, perpetuando un mito que ha tardado décadas en ser cuestionado de forma rigurosa.

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