La obsesión por alcanzar los 10.000 pasos diarios se ha convertido en una especie de religión para muchos, una cifra redonda y contundente que parece la llave maestra hacia una vida más saludable y longeva. Sin embargo, este dogma del bienestar, repetido hasta la saciedad por aplicaciones de salud y relojes inteligentes, se tambalea sobre cimientos mucho más frágiles de lo que imaginamos. La realidad es que esta meta, a menudo inalcanzable y fuente de frustración para una gran parte de la población, no proviene de un consenso científico riguroso, sino de una historia mucho más mundana y comercial que merece ser contada.
La presión por cumplir con esta cifra puede generar un efecto contrario al deseado, provocando ansiedad y desmotivación en quienes, por su estilo de vida o condición física, no pueden acercarse a ella. Afortunadamente, la ciencia más reciente nos ofrece una perspectiva mucho más alentadora y, sobre todo, realista. Desmontar este mito no significa abrazar el sedentarismo, sino entender que los beneficios reales para nuestra salud aparecen mucho antes, invitándonos a centrarnos en la constancia y no en una cifra mágica que, como veremos, tiene más de marketing que de medicina.
2LA CIENCIA PONE LAS CARTAS SOBRE LA MESA: EL ESTUDIO QUE LO CAMBIÓ TODO

Fue un estudio dirigido por la doctora I-Min Lee, epidemióloga de la Facultad de Medicina de Harvard, el que arrojó luz sobre la verdadera relación entre el número de pasos y la longevidad. La investigación, publicada en la prestigiosa revista JAMA Internal Medicine, analizó a más de 16.000 mujeres con una edad media de 72 años y demostró que los beneficios para la salud comenzaban a ser significativos a partir de una cifra mucho más modesta. Concretamente, aquellas mujeres que daban alrededor de 4.400 pasos diarios mostraban una tasa de mortalidad un 41% menor que las que apenas llegaban a los 2.700.
El hallazgo más revelador del estudio fue que, si bien los beneficios aumentaban con más pasos, estos tendían a estabilizarse al alcanzar aproximadamente los 7.500 pasos diarios. A partir de esa cifra, las mejoras adicionales en términos de reducción de la mortalidad eran mínimas o prácticamente nulas, desmontando por completo la necesidad de extenuarse para llegar a los 10.000. Este descubrimiento supuso un alivio y una reorientación fundamental: lo importante no es alcanzar una meta arbitraria, sino simplemente moverse más de lo que lo hacemos habitualmente.