lunes, 28 julio 2025

Conoce la historia del español que inventó el submarino y murió arruinado y olvidado por el gobierno que lo rechazó

La historia del primer submarino torpedero de propulsión eléctrica es una de las grandes paradojas de España, una crónica de ingenio desbordante y de una miopía institucional que roza lo criminal. Es el relato de cómo un hombre, Isaac Peral, ofreció a su país la supremacía naval en bandeja de plata, solo para ser aplastado por la envidia y la burocracia de aquellos que debían haberlo aclamado como un héroe. La tragedia de Peral no es solo la de un inventor, sino la de una nación capaz de alumbrar al genio, pero también experta en dejarlo morir en la más absoluta de las indiferencias, un patrón que, por desgracia, resuena con ecos familiares en nuestra historia.

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Este episodio, ocurrido en las postrimerías del siglo XIX, va más allá de la simple anécdota de un invento fallido, porque no lo fue en absoluto. Fue un éxito rotundo que se silenció deliberadamente. Imaginemos la España de aquella época, un país que se aferraba con desesperación a los últimos vestigios de su imperio, mientras una mente privilegiada le ofrecía en bandeja la herramienta para cambiar su destino naval. El rechazo del sumergible de Peral no fue un error técnico, sino una traición en toda regla que tendría consecuencias catastróficas, un boicot orquestado que nos condenó a la irrelevancia y que merece ser recordado para no volver a repetirlo.

EL MARINO QUE SOÑÓ CON CONQUISTAR LAS PROFUNDIDADES

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Isaac Peral y Caballero no era un aficionado ni un soñador de salón, sino un marino de guerra con una hoja de servicios impecable, un científico autodidacta y un hombre de una inteligencia superlativa. Su carrera en la Armada Española le había llevado por todo el mundo, dándole un conocimiento profundo de la estrategia naval y de las debilidades de la flota española. Lo que pocos saben es que su obsesión por crear un submarino no nacía de una ambición personal, sino de un profundo patriotismo y una visión estratégica para defender las costas españolas, especialmente las de las colonias de ultramar como Cuba y Filipinas, constantemente amenazadas por potencias extranjeras.

La idea definitiva tomó forma en su mente tras el conflicto de las Carolinas con Alemania en 1885. Peral comprendió que España no podía competir en número de buques con las grandes potencias y necesitaba un factor sorpresa, un arma disuasoria. Así, Peral concibió un arma defensiva revolucionaria, una que pudiera atacar sin ser vista y equilibrar la balanza frente a flotas superiores, una idea que cambiaría para siempre la guerra en el mar. No buscaba un mero artefacto de exploración, sino una máquina de combate letal y efectiva, un concepto que la propia cúpula militar tardaría décadas en asimilar, pero que él ya dominaba sobre el papel con una claridad pasmosa.

UN ARTEFACTO DEL FUTURO EN EL SIGLO XIX

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Cuando se habla del sumergible de Peral, es fácil caer en la simplificación, pero es crucial entender que no era un prototipo rudimentario. El submarino Peral era una joya de la ingeniería, un prodigio que se adelantó varias décadas a su tiempo, incorporando soluciones que otras potencias tardarían años en desarrollar. Su casco de acero en forma de huso, su propulsión totalmente eléctrica mediante baterías que él mismo mejoró, y su capacidad para lanzar torpedos en inmersión lo convertían en el arma más avanzada de su era. Además, contaba con un tubo lanzatorpedos en proa, periscopio, y un sistema de regeneración de aire que le otorgaba una autonomía sin precedentes.

Mientras otras naciones experimentaban con ingenios mecánicos de propulsión manual o a vapor, peligrosos e ineficientes, el invento del cartagenero era silencioso, ágil y mortífero. El diseño del submarino garantizaba la supervivencia de la tripulación durante largos periodos, convirtiéndolo en una plataforma de combate viable y no en un simple prototipo experimental, que era lo que muchos de sus contemporáneos habían logrado hasta entonces. Cada detalle, desde la corrección de la aguja náutica para la navegación submarina hasta el control de la estabilidad mediante servomotores, estaba resuelto con una brillantez que dejaba en evidencia a cualquier otro proyecto similar en el mundo.

LA TRAICIÓN EN LAS ALTAS ESFERAS: CUANDO LA ENVIDIA PUDO MÁS QUE LA RAZÓN

Tras superar incontables trabas burocráticas, Peral consiguió la financiación para construir su nave. Las pruebas en la bahía de Cádiz fueron un espectáculo seguido por miles de personas y corresponsales de todo el mundo. A pesar de que las pruebas oficiales del submarino fueron un éxito rotundo, demostrando su capacidad para navegar en inmersión y lanzar torpedos con precisión, una campaña de desprestigio orquestada desde la propia cúpula de la Armada comenzó a tomar forma. El éxito de Peral despertó las envidias de altos mandos que no soportaban ver su autoridad cuestionada por el genio de un subordinado.

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La maquinaria de la mediocridad se puso en marcha. Se le impusieron pruebas cada vez más absurdas y peligrosas, diseñadas para que fracasara. El brillante oficial se vio sometido a un escrutinio malintencionado, donde cada logro era minimizado y cada pequeño inconveniente magnificado hasta la extenuación, con el único objetivo de desacreditar su revolucionario submarino y, por extensión, a él mismo. Informes técnicos manipulados y decisiones políticas basadas en la envidia personal, y no en el interés nacional, sellaron el destino del proyecto. El gobierno, influenciado por estos informes sesgados, decretó que el invento no era fiable y canceló su financiación.

UN ERROR ESTRATÉGICO QUE COSTÓ UN IMPERIO

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La decisión de abandonar el proyecto de Peral es, sin duda, una de las más nefastas de la historia contemporánea de España. Rechazar el submarino Peral no fue solo una afrenta a un inventor, fue una de las peores decisiones estratégicas de la historia militar española, una que dejó a la flota desprotegida y obsoleta ante el inminente conflicto con Estados Unidos. Apenas una década después del boicot, en 1898, la Armada Española fue humillada y aniquilada en las batallas de Cavite y Santiago de Cuba, certificando la pérdida de las últimas colonias y el fin del imperio.

Es inevitable jugar a la historia contrafactual y preguntarse qué habría pasado si España hubiera contado con una flotilla de estas naves. El submarino de Peral podría haber sido el arma asimétrica perfecta, capaz de infligir un daño devastador a la superior flota estadounidense y alterar el curso de la guerra, pero esa oportunidad fue deliberadamente desechada por la miopía y la envidia de unos pocos. Mientras la Armada española se hundía, el concepto de guerra submarina que Peral había perfeccionado era adoptado y desarrollado por las mismas potencias que nos derrotaron. España, que pudo ser pionera, se convirtió en una mera espectadora de la revolución naval que ella misma había engendrado.

DE HÉROE A PARIA: EL OLVIDO Y LA MUERTE DE UN GENIO INCOMPRENDIDO

Humillado y desautorizado, Isaac Peral pidió la baja en la Armada. Lejos de rendirse, intentó explotar sus múltiples patentes en el ámbito civil, fundando varias empresas eléctricas. Tras el boicot, Peral solicitó la baja en la Armada y se dedicó a la vida civil, intentando explotar comercialmente sus otras patentes para sobrevivir, pero el desgaste físico y moral de la lucha por su submarino ya había hecho mella en su salud. Se vio envuelto en pleitos para defender la propiedad intelectual de sus inventos, una batalla más contra un sistema que parecía decidido a aniquilarlo.

El final de su vida fue tan injusto como predecible. Una pequeña herida mal curada derivó en una meningitis que acabó con su vida en Berlín, a donde había viajado para ser operado. Murió en 1895, con solo 43 años, arruinado y lejos de su patria, sin ver jamás el reconocimiento que merecía su colosal aportación a la navegación, mientras su submarino era desguazado y abandonado, un triste epílogo para una historia de brillantez y traición. El tiempo, juez implacable, le dio la razón, y hoy su nombre figura con letras de oro en la historia de la ciencia, pero su trágico destino sigue siendo una herida abierta y una lección amarga para todos.

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