La omnipresencia del GPS en nuestros vehículos ha transformado la conducción en una experiencia radicalmente distinta a la de hace apenas un par de décadas, convirtiendo el callejero en una reliquia y el copiloto humano en una figura prescindible para la orientación. Este dispositivo se ha erigido como un aliado indispensable que nos guía por rutas desconocidas, nos alerta de incidencias y optimiza nuestros trayectos. Sin embargo, esta comodidad esconde una paradoja peligrosa y, sobre todo, costosa. La confianza ciega en esa pantalla luminosa puede desembocar en una de las sanciones más severas del código de circulación, una multa que llega sin necesidad de tocar un solo botón.
El verdadero conflicto no reside en la tecnología en sí, sino en la sutil frontera que separa un uso responsable de una distracción mortal. La normativa de tráfico española es cristalina en su prohibición de manipular dispositivos mientras se conduce, pero se vuelve peligrosamente ambigua en lo que respecta a la simple consulta visual. Es en este terreno pantanoso, donde la interpretación subjetiva de un agente de la autoridad tiene la última palabra, donde un conductor puede pasar de seguir una indicación a enfrentarse a una sanción económica y a una sangría de puntos en su carné. La pregunta que flota en el aire de cada habitáculo es evidente y preocupante: ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo mirando la pantalla?
2EL ‘EFECTO TÚNEL’: TU CEREBRO TE ENGAÑA MIENTRAS CONDUCES

El término «efecto túnel» no es una invención legal para justificar sanciones, sino un fenómeno neurocognitivo real y documentado que explica por qué desviar la vista hacia el GPS es tan peligroso. Cuando un conductor concentra su atención en un punto focal pequeño y cercano, como la pantalla de un navegador, su cerebro automáticamente reduce la cantidad de información que procesa del entorno periférico. Es un mecanismo de enfoque que, siendo útil para leer un texto, resulta potencialmente letal al volante. Aunque tus ojos siguen apuntando hacia adelante, tu capacidad para detectar peligros en los márgenes de la carretera disminuye drásticamente, creando un auténtico túnel visual que te aísla de la realidad del tráfico.
Esta peligrosa ceguera funcional se manifiesta en situaciones cotidianas que todos podemos reconocer. Un conductor pendiente de la distancia que le queda para la siguiente salida de la autopista puede no percatarse del vehículo que ha comenzado a frenar bruscamente dos carriles a su izquierda. Alguien que busca el nombre de una calle en el mapa del GPS puede no advertir al peatón que se dispone a cruzar por un paso no señalizado. Este es el núcleo de la conducción distraída que la Dirección General de Tráfico persigue con tanto ahínco, porque las consecuencias de ese lapso de atención pueden ser devastadoras e irreversibles, transformando un simple despiste en una tragedia que se podría haber evitado con solo mantener la vista donde debe estar: en la carretera.