La omnipresencia del GPS en nuestros vehículos ha transformado la conducción en una experiencia radicalmente distinta a la de hace apenas un par de décadas, convirtiendo el callejero en una reliquia y el copiloto humano en una figura prescindible para la orientación. Este dispositivo se ha erigido como un aliado indispensable que nos guía por rutas desconocidas, nos alerta de incidencias y optimiza nuestros trayectos. Sin embargo, esta comodidad esconde una paradoja peligrosa y, sobre todo, costosa. La confianza ciega en esa pantalla luminosa puede desembocar en una de las sanciones más severas del código de circulación, una multa que llega sin necesidad de tocar un solo botón.
El verdadero conflicto no reside en la tecnología en sí, sino en la sutil frontera que separa un uso responsable de una distracción mortal. La normativa de tráfico española es cristalina en su prohibición de manipular dispositivos mientras se conduce, pero se vuelve peligrosamente ambigua en lo que respecta a la simple consulta visual. Es en este terreno pantanoso, donde la interpretación subjetiva de un agente de la autoridad tiene la última palabra, donde un conductor puede pasar de seguir una indicación a enfrentarse a una sanción económica y a una sangría de puntos en su carné. La pregunta que flota en el aire de cada habitáculo es evidente y preocupante: ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo mirando la pantalla?
4¿CÓMO DEFENDERTE? ESTRATEGIAS ANTE LA PALABRA DE UN AGENTE
Afrontar un recurso contra una multa por distracción al volante es una batalla cuesta arriba, pero no imposible. El primer paso es analizar con detenimiento el boletín de denuncia. Cualquier imprecisión, falta de detalle o contradicción puede ser una base para la alegación. ¿Describe el agente de forma clara y pormenorizada la conducta observada? ¿Especifica las circunstancias del tráfico en ese momento? A menudo, una descripción genérica como «no mantener la atención en la conducción» puede ser insuficiente para sostener la sanción si se recurre adecuadamente, argumentando que una consulta fugaz a un GPS bien ubicado no equivale necesariamente a una conducción negligente y que la carga de la prueba recae sobre la administración.
Sin embargo, la mejor defensa es siempre una buena prevención. La tecnología ofrece herramientas para minimizar el riesgo. Utilizar las instrucciones por voz del navegador es la opción más segura y recomendable, ya que libera la vista de la pantalla. Es fundamental programar la ruta completa con el vehículo totalmente detenido, antes de iniciar la marcha. Además, la colocación del soporte es crucial: debe estar a la altura de los ojos, dentro del campo de visión frontal, para que una consulta requiera un desvío mínimo de la mirada, no un giro de cabeza. La meta no debería ser cómo ganar un recurso, sino cómo incorporar el uso de la tecnología de forma que la seguridad nunca se vea comprometida, haciendo del GPS un verdadero copiloto y no un enemigo oculto.