lunes, 28 julio 2025

El pueblo español donde nadie cierra las puertas de su casa, y te espera en agosto

Hay un pueblo en la comarca de La Vera, Cáceres, donde el concepto de seguridad se vive de una forma que resulta casi anacrónica para el urbanita del siglo XXI. En Villanueva de la Vera, la costumbre dicta que las puertas no se cierran con llave y que la confianza es el cerrojo más eficaz contra cualquier tipo de maldad. Esta arraigada tradición, que se remonta a tiempos en los que la comunidad era la principal red de apoyo, pervive hoy como un testimonio asombroso de una forma de vida en la que el miedo no tiene cabida, donde la tranquilidad no es una aspiración sino una realidad cotidiana y palpable en cada rincón. Esta singularidad convierte a la localidad en un caso de estudio sobre la convivencia y el respeto mutuo.

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Imaginar una jornada sin la preocupación de echar la llave al salir, sin el sobresalto de un ruido extraño en la noche o sin la necesidad de instalar alarmas, parece una utopía en la España actual. Sin embargo, los habitantes de este enclave extremeño hacen gala de esta normalidad pasmosa. No se trata de un descuido colectivo, sino de una filosofía de vida heredada, una manifestación de lazos comunitarios tan fuertes que el control social informal supera con creces a cualquier sistema de vigilancia formal. Esta atmósfera de confianza absoluta intriga y fascina a partes iguales, planteando la pregunta de si un modelo así podría, de alguna manera, replicarse en otros lugares.

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UN LEGADO DE CONFIANZA GRABADO EN CADA PUERTA

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La tradición de no cerrar las puertas en Villanueva de la Vera no es una moda reciente ni una excentricidad, sino un eco del pasado que resuena con fuerza en el presente. Sus orígenes se hunden en el siglo XIX, una época en la que el aislamiento geográfico y la autosuficiencia eran la norma para este pueblo enclavado en las faldas de la Sierra de Gredos. En aquel entonces, la interdependencia entre vecinos era una cuestión de supervivencia, forjando un pacto no escrito de ayuda mutua y vigilancia colectiva que hacía innecesaria cualquier barrera física. La confianza no era una opción, sino el cimiento sobre el que se construía la vida diaria, una herencia que ha sido custodiada y transmitida de generación en generación como el bien más preciado.

Esta costumbre va más allá de la simple omisión de girar la llave en la cerradura; implica prácticas que hoy nos parecerían insólitas, como la famosa «llave en la nevera». Antiguamente, los vecinos dejaban una copia de la llave de su casa en el interior de sus frigoríficos o en un lugar convenido para que, en caso de emergencia, cualquiera de confianza pudiera acceder. Esta práctica revela una dimensión de comunidad casi familiar, donde la propiedad privada se flexibiliza en favor del bienestar colectivo y la certeza de que siempre habrá alguien dispuesto a ayudar. Aunque la modernidad ha matizado algunas de estas costumbres, la esencia de la puerta abierta permanece intacta como símbolo de un tejido social extraordinariamente cohesionado.

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