Hay un pueblo en la comarca de La Vera, Cáceres, donde el concepto de seguridad se vive de una forma que resulta casi anacrónica para el urbanita del siglo XXI. En Villanueva de la Vera, la costumbre dicta que las puertas no se cierran con llave y que la confianza es el cerrojo más eficaz contra cualquier tipo de maldad. Esta arraigada tradición, que se remonta a tiempos en los que la comunidad era la principal red de apoyo, pervive hoy como un testimonio asombroso de una forma de vida en la que el miedo no tiene cabida, donde la tranquilidad no es una aspiración sino una realidad cotidiana y palpable en cada rincón. Esta singularidad convierte a la localidad en un caso de estudio sobre la convivencia y el respeto mutuo.
Imaginar una jornada sin la preocupación de echar la llave al salir, sin el sobresalto de un ruido extraño en la noche o sin la necesidad de instalar alarmas, parece una utopía en la España actual. Sin embargo, los habitantes de este enclave extremeño hacen gala de esta normalidad pasmosa. No se trata de un descuido colectivo, sino de una filosofía de vida heredada, una manifestación de lazos comunitarios tan fuertes que el control social informal supera con creces a cualquier sistema de vigilancia formal. Esta atmósfera de confianza absoluta intriga y fascina a partes iguales, planteando la pregunta de si un modelo así podría, de alguna manera, replicarse en otros lugares.
2EL DÍA A DÍA EN LA VILLA DONDE EL MIEDO NO TIENE CABIDA

La vida cotidiana en Villanueva de la Vera transcurre con una cadencia marcada por la serenidad. Los recados se hacen sin la premura de volver para cerrar, las ventanas permanecen abiertas para que corra el aire fresco de la sierra y los niños juegan en las calles hasta tarde. Esta ausencia de miedo impregna cada acto, transformando lo que en una gran ciudad sería una imprudencia en un gesto natural y cotidiano que refuerza los lazos de la comunidad. Este pueblo demuestra que la calidad de vida no solo se mide en servicios o infraestructuras, sino también en la capacidad de vivir sin la constante sensación de amenaza que define a tantas sociedades modernas.
El secreto de esta criminalidad nula no reside en una fuerte presencia policial, sino en un poderoso mecanismo de control social informal. En una localidad donde todos se conocen, el anonimato, caldo de cultivo para el delito, simplemente no existe. Cada rostro tiene un nombre, una historia y una red de relaciones, lo que genera una vigilancia natural y disuasoria que es mucho más efectiva que cualquier cámara de seguridad. Este control no se percibe como algo opresivo, sino como una extensión del cuidado mutuo, la base sobre la que descansa la pacífica y envidiable realidad de este pueblo único.