La insistencia de los dermatólogos en la fotoprotección diaria ha calado en la sociedad, pero un velo de frustración sigue ensombreciendo los resultados de muchos. A pesar de invertir en cremas con factores de protección elevados y de aplicarlas con una disciplina casi marcial, las quemaduras solares, las manchas incipientes y esa sensación de piel agredida tras un día al aire libre siguen siendo una realidad desconcertante para una gran parte de la población. La clave, sin embargo, no reside en la calidad del producto, sino en un error de cálculo casi universal que invalida sus propiedades y que, por suerte, tiene una solución tan sencilla como visual.
El gesto de extender la crema solar por el rostro cada mañana se ha convertido en un ritual de autocuidado para millones de personas que buscan preservar la salud y la juventud de su piel. Sin embargo, la gran mayoría lo hace de forma incorrecta, aplicando una cantidad tan insuficiente que el Factor de Protección Solar (FPS) indicado en el envase se reduce drásticamente, dejando la piel expuesta a los efectos nocivos de la radiación ultravioleta sin saberlo. Esta brecha entre la intención y el resultado genera una falsa sensación de seguridad que puede tener consecuencias a largo plazo, un problema que una simple regla mnemotécnica, avalada por expertos, promete resolver de una vez por todas, cambiando para siempre nuestra relación con el sol.
3DEL ROSTRO AL TOBILLO: LA GUÍA DEFINITIVA PARA UNA COBERTURA TOTAL

Una vez dominada la técnica para el rostro, surge la duda de cómo extrapolar esta protección al resto del cuerpo. La recomendación estandarizada por la mayoría de las academias de dermatología es la conocida como «regla del vaso de chupito», que establece que la cantidad de crema necesaria para cubrir el cuerpo de un adulto de talla media es de aproximadamente 30 mililitros, el equivalente a lo que cabe en uno de estos pequeños vasos. Esta medida sirve como una guía visual muy práctica para asegurarse de no escatimar en producto, especialmente antes de una exposición prolongada en la playa o la piscina. Los principales dermatólogos del país apoyan esta sencilla regla por su facilidad para ser recordada.
El cuerpo humano está lleno de recovecos que a menudo se pasan por alto durante la aplicación del protector solar, convirtiéndose en puntos vulnerables. Zonas como las orejas, la nuca, los empeines de los pies, la línea del pelo o las axilas suelen quedar desprotegidas y son lugares comunes de quemaduras y de desarrollo de lesiones cutáneas en el futuro. Es vital ser meticuloso y no dejar ningún centímetro de piel expuesto, prestando especial atención a estas áreas tradicionalmente olvidadas para lograr una barrera homogénea y completa. La insistencia de los dermatólogos en este punto se debe a la alta frecuencia con la que observan patologías en estas zonas concretas.