Existe una isla mediterránea en el imaginario colectivo de muchos viajeros, un lugar de aguas turquesas y pinos mecidos por la brisa que cambia de nacionalidad como si de una estación se tratara. Sin embargo, la geografía es caprichosa y a veces los relatos más fascinantes no ocurren donde nuestra mente los sitúa.
La realidad nos lleva lejos del Mare Nostrum, a un rincón fluvial del norte de España, donde un pedazo de tierra encarna uno de los acuerdos diplomáticos más singulares y longevos de la historia de Europa. Este enclave, diminuto en tamaño pero inmenso en simbolismo, es un testigo mudo del fin de guerras y del nacimiento de alianzas, un lugar donde las fronteras se vuelven líquidas y obedecen al calendario.
La confusión es comprensible, pues la idea de una soberanía compartida parece más propia de cuentos y leyendas que de la rígida cartografía política actual. Pero este lugar es real, tangible y su existencia desafía nuestra concepción de territorio y pertenencia. Se trata del condominio más pequeño del mundo, una anomalía geopolítica que funciona con la precisión de un reloj suizo desde hace más de tres siglos. Olvídense de exóticas islas tropicales, porque la historia más increíble sobre una frontera la encontramos en la desembocadura de un río cantábrico, demostrando que los pactos más duraderos no necesitan grandes extensiones de tierra, sino una voluntad inquebrantable de paz y entendimiento mutuo.
EL SECRETO MEJOR GUARDADO NO ESTÁ EN EL MEDITERRÁNEO, SINO EN EL BIDASOA
Este peculiar territorio no se encuentra bañado por las cálidas aguas del Mediterráneo, sino por la corriente del río Bidasoa, que traza la frontera natural entre España y Francia en su tramo final. Justo en medio del cauce, entre Irún (Guipúzcoa) y Hendaya (Francia), emerge la Isla de los Faisanes, un islote aluvial de apenas doscientos metros de largo y unos cuarenta de ancho. Su apariencia es modesta, cubierta de hierba y árboles, pero su valor no reside en su paisaje, sino en su condición única de ser un condominio bajo soberanía alterna de ambas naciones. Este singular condominio es un vestigio vivo de la vieja Europa y de sus complejas relaciones diplomáticas.
La existencia de este enclave es un secreto a voces para los habitantes de la comarca del Bidasoa, pero un completo misterio para la gran mayoría de españoles y franceses. No aparece en los mapas turísticos convencionales y su acceso está restringido, lo que ha contribuido a preservar su aura de lugar legendario. Es un punto geográfico donde la historia pesa más que la tierra misma, una isla que no pertenece a nadie y a la vez a todos, dependiendo del mes en el que nos encontremos. La soberanía compartida de este islote es, sin duda, una de las curiosidades fronterizas más fascinantes del mundo entero.
DONDE UNA ISLA SELLÓ LA PAZ ENTRE REINOS ANCESTRALES
Para entender la razón de ser de la Isla de los Faisanes hay que viajar en el tiempo hasta el siglo XVII, a un momento en que España y Francia, las dos grandes potencias de la época, estaban exhaustas tras décadas de guerra. En 1659, este islote fue elegido como terreno neutral para las negociaciones que culminarían en la firma del Tratado de los Pirineos.
Durante meses, las delegaciones encabezadas por el Cardenal Mazarino por Francia y Don Luis de Haro por España se reunieron aquí, convirtiendo este humilde pedazo de tierra en el centro neurálgico de la diplomacia europea. El acuerdo puso fin a la Guerra de los Treinta Años y redefinió el mapa de poder en el continente.
El tratado no solo estableció la nueva frontera entre los dos reinos a lo largo de la cordillera pirenaica, sino que también selló la paz con un matrimonio de estado: el del rey Luis XIV de Francia con la infanta María Teresa de Austria, hija del rey Felipe IV de España. El encuentro para la entrega de la novia también tuvo lugar en la isla, en un pabellón construido para la ocasión. Desde entonces, el territorio de soberanía alterna se convirtió en el símbolo pétreo de esa paz, un monumento natural a la reconciliación. Este pedazo de tierra administrado por dos naciones nació, literalmente, de un pacto para detener la guerra.
SEIS MESES PARA TI, SEIS MESES PARA MÍ: EL BAILE DE BANDERAS
La gestión del condominio se rige por una norma clara y concisa establecida en el tratado. La soberanía de la Isla de los Faisanes corresponde a España durante seis meses al año, del 1 de febrero al 31 de julio. El resto del año, del 1 de agosto al 31 de enero, la soberanía es ejercida por Francia. Este traspaso de poderes es tan discreto como constante y se realiza sin ceremonias ostentosas, reflejando la normalidad y la solidez del acuerdo. Este cambio de manos de esta isla es un ejemplo paradigmático de cooperación transfronteriza que ha funcionado sin interrupción durante más de 350 años.
La responsabilidad administrativa de la isla recae en las autoridades navales de ambos países. Por parte española, es la Comandancia Naval de San Sebastián la que asume la jurisdicción durante el primer semestre, mientras que su homóloga en Bayona lo hace durante el segundo. Son ellos quienes se encargan del mantenimiento y la vigilancia del islote, una tarea principalmente simbólica y de conservación. Es la única frontera que se mueve dos veces al año, un ballet diplomático perfectamente coreografiado que se repite con una puntualidad inmutable, demostrando que los acuerdos basados en el respeto pueden perdurar a través de los siglos.
UN TERRITORIO FANTASMA CARGADO DE SIMBOLISMO
Quien espere encontrar en la Isla de los Faisanes algún tipo de edificación, servicio o habitante se llevará una decepción. El islote está completamente deshabitado y su superficie es poco más que un jardín fluvial salvaje. El único elemento que rompe la monotonía vegetal es un monolito erigido en el centro, una estela conmemorativa con inscripciones en español y francés que recuerda los históricos acontecimientos de 1659. Este condominio franco-español es, en esencia, un monumento, no un lugar para ser habitado o explotado. Su valor es puramente simbólico e histórico.
Con el paso de los siglos, la isla ha sufrido un notable proceso de erosión por la fuerza de las mareas y las corrientes del Bidasoa, lo que ha reducido su tamaño considerablemente. Ambos países han tenido que llevar a cabo trabajos conjuntos de protección y refuerzo de sus riberas para evitar su desaparición, un esfuerzo que subraya la importancia que le conceden a su conservación. La isla de los Faisanes, un territorio de doble soberanía, es un recordatorio físico de que la paz debe ser cuidada y protegida activamente para que no se la lleve la corriente del tiempo, al igual que al islote se lo lleva el agua.
LA ISLA INTOCABLE: ¿SE PUEDE VISITAR EL CONDOMINIO MÁS PEQUEÑO DEL MUNDO?
La pregunta que muchos se hacen es si es posible poner un pie en este singular enclave. La respuesta, en términos generales, es no. El acceso a la Isla de los Faisanes está terminantemente prohibido al público. No existen puentes que la conecten con ninguna de las dos orillas ni servicios de transporte que lleven hasta ella. La única forma de acercarse es mediante una embarcación privada, como una piragua o una pequeña barca, pero desembarcar en ella está vetado para cualquiera que no tenga una autorización expresa de las autoridades competentes. Esta prohibición busca preservar tanto la integridad física del islote como su estatus diplomático especial.
Las únicas personas que pisan la isla son los miembros de las comandancias navales de San Sebastián y Bayona durante las ceremonias de traspaso de soberanía o para realizar tareas de mantenimiento. Estas visitas son escasas y de carácter oficial. Para el resto del mundo, este peculiar enclave de soberanía dual debe ser contemplado desde la distancia, desde los paseos fluviales de Irún o Hendaya. Es una joya histórica que se protege manteniéndola intocable, un lugar que nos enseña que algunas de las lecciones más importantes de la historia se aprecian mejor desde la orilla.