El universo del fake cooking
ha invadido silenciosamente las redes sociales, transformando nuestras pantallas en un desfile de platos con una perfección casi insultante y texturas que desafían la lógica culinaria. Millones de usuarios consumen a diario vídeos de recetas hipnóticas donde pollos asados lucen una piel crujiente y uniforme, las carnes presentan un sellado milimétrico y las tartas parecen esculpidas por un artesano renacentista, sin saber que, en muchas ocasiones, están siendo testigos de un elaborado espectáculo de ilusionismo gastronómico. Una puesta en escena diseñada para capturar la mirada y generar interacción, pero que se aleja drásticamente de la cocina real, esa que mancha, que tiene sus propios tiempos y que raramente alcanza la simetría de un bodegón digital.
Esta tendencia no es simplemente un intento de embellecer la comida, sino que representa una categoría de contenido en sí misma, donde el fin último no es enseñar a cocinar, sino crear una fantasía visual adictiva. El espectador queda atrapado por la satisfacción de ver un proceso impoluto y un resultado impecable, un espejismo que genera una extraña mezcla de inspiración y frustración en quienes intentan replicarlo en casa. Detrás de esos colores vibrantes y esas costras doradas se esconde una caja de herramientas que poco tiene que ver con la de un chef y mucho con la de un director de arte, empleando técnicas que convierten alimentos potencialmente deliciosos en mero atrezo incomestible.
3CUANDO LA COMIDA SE CONVIERTE EN ATREZZO: LOS INGREDIENTES QUE NO SE COMEN

La transformación de la comida en un objeto puramente visual llega a su máxima expresión cuando los ingredientes comestibles son reemplazados por completo por sustitutos más manejables y duraderos. El helado, por ejemplo, es el enemigo de cualquier sesión fotográfica por su tendencia a derretirse bajo los focos; por ello, a menudo se suplanta con puré de patata teñido, manteca vegetal o una mezcla de azúcar glas y almidón de maíz. Estas sustancias no solo soportan el calor, sino que permiten al estilista modelar la «bola de helado» perfecta con una textura que engaña a la vista con una eficacia asombrosa. De igual manera, los cubitos de hielo suelen ser acrílicos para que no se derritan y mantengan su forma y transparencia durante todo el rodaje.
El vapor humeante que emana de una taza de café o un plato de sopa rara vez es real. Generar vapor de forma natural es incontrolable y efímero, por lo que se recurre a trucos como tampones o bolas de algodón empapadas en agua y calentadas en el microondas, escondidas estratégicamente detrás del plato para que liberen un flujo de vapor constante y fotogénico. Las marcas de parrilla en una hamburguesa o un filete se consiguen con un soplete o, más comúnmente, aplicando un hierro candente previamente calentado para dibujar líneas perfectas sin necesidad de cocinar la pieza de carne. Todo es una cuidada escenificación donde la comida es el lienzo, no el fin.