El universo del fake cooking
ha invadido silenciosamente las redes sociales, transformando nuestras pantallas en un desfile de platos con una perfección casi insultante y texturas que desafían la lógica culinaria. Millones de usuarios consumen a diario vídeos de recetas hipnóticas donde pollos asados lucen una piel crujiente y uniforme, las carnes presentan un sellado milimétrico y las tartas parecen esculpidas por un artesano renacentista, sin saber que, en muchas ocasiones, están siendo testigos de un elaborado espectáculo de ilusionismo gastronómico. Una puesta en escena diseñada para capturar la mirada y generar interacción, pero que se aleja drásticamente de la cocina real, esa que mancha, que tiene sus propios tiempos y que raramente alcanza la simetría de un bodegón digital.
Esta tendencia no es simplemente un intento de embellecer la comida, sino que representa una categoría de contenido en sí misma, donde el fin último no es enseñar a cocinar, sino crear una fantasía visual adictiva. El espectador queda atrapado por la satisfacción de ver un proceso impoluto y un resultado impecable, un espejismo que genera una extraña mezcla de inspiración y frustración en quienes intentan replicarlo en casa. Detrás de esos colores vibrantes y esas costras doradas se esconde una caja de herramientas que poco tiene que ver con la de un chef y mucho con la de un director de arte, empleando técnicas que convierten alimentos potencialmente deliciosos en mero atrezo incomestible.
4EL IMPACTO EN NUESTRA COCINA: ¿NOS ESTAMOS OLVIDANDO DE COCINAR DE VERDAD?

La exposición constante a esta perfección manufacturada tiene un efecto directo, y no siempre positivo, en el cocinero aficionado. La brecha entre la realidad brillante de la pantalla y la cotidiana de nuestros fogones puede generar una profunda sensación de desánimo. Muchos se sienten intimidados, creyendo que sus platos, a pesar de ser sabrosos y nutritivos, son fracasos estéticos por no alcanzar ese nivel de pulcritud inmaculada. Esta presión puede llegar a desincentivar la experimentación y el disfrute del proceso culinario, anteponiendo la presentación a todo lo demás. La cultura del fake cooking
nos vende un ideal que, paradójicamente, puede terminar alejándonos de la propia cocina.
Este fenómeno también amenaza con erosionar el conocimiento de las técnicas culinarias auténticas. La verdadera cocina está llena de matices, de pequeños accidentes felices, de olores que inundan la casa y de sabores que se construyen lentamente. El fake cooking
elimina todo eso, presentando el acto de cocinar como una serie de pasos limpios, rápidos y con un resultado garantizado, lo cual es una peligrosa simplificación de un arte complejo y sensorial. Corremos el riesgo de que las nuevas generaciones aprendan a valorar más la apariencia «instagrameable» de un plato que la riqueza de su sabor, la calidad de sus ingredientes o la historia y la cultura que hay detrás de una receta tradicional.