Las dolorosas agujetas que aparecen tras una sesión de ejercicio intenso o al retomar la actividad física después de un parón han sido, desde siempre, objeto de todo tipo de remedios caseros. Entre todos ellos, el vaso de agua con azúcar se alza como el rey indiscutible, una solución transmitida de generación en generación con la fe ciega que se profesa a las verdades populares. La teoría detrás de este brebaje era aparentemente lógica, pues se basaba en la creencia de que las agujetas eran producto de la cristalización del ácido láctico en los músculos, y que el azúcar disuelto en agua ayudaba a disolver dichos cristales. Sin embargo, la ciencia, con su implacable método, ha desmontado por completo esta creencia.
La persistencia de este mito es un claro ejemplo de cómo una explicación sencilla, aunque errónea, puede calar hondo en el imaginario colectivo y perpetuarse durante décadas. Aceptar que un remedio tan accesible como el agua con azúcar no tiene efecto alguno sobre las agujetas supone un pequeño duelo contra la nostalgia y la tradición, pero la realidad es que esas molestias son el resultado de un proceso inflamatorio y reparador mucho más complejo. Comprender la verdadera naturaleza de este dolor muscular post-esfuerzo no solo nos aleja de soluciones ineficaces, sino que nos abre la puerta a estrategias que sí funcionan para prevenirlas y aliviarlas de manera efectiva, basándonos en el conocimiento fisiológico de nuestro propio cuerpo.
2EL VASO DE AZÚCAR: ¿POR QUÉ CREÍMOS EN ÉL DURANTE DÉCADAS?

La popularidad del remedio del agua con azúcar se explica más por la psicología humana y la tradición que por la fisiología. En un tiempo donde el acceso a la información científica era limitado, las explicaciones simples y directas triunfaban sobre las complejas, y la idea de «disolver» algo que duele era tremendamente intuitiva y fácil de recordar. Además, la simpleza del remedio y la confianza en la sabiduría popular lo convirtieron en una solución incuestionable para aliviar las agujetas. Era un ritual de cuidado, una pócima que las abuelas preparaban con la mejor de las intenciones, y ese componente emocional contribuyó enormemente a su arraigo cultural.
Por otro lado, no se puede descartar el poderoso efecto placebo y una interpretación parcial de sus efectos. Alguien que sufre de agujetas a menudo está también deshidratado y con los depósitos de glucógeno bajos tras el esfuerzo. El agua del remedio contribuye a la rehidratación, que es crucial para la recuperación muscular, mientras que el azúcar proporciona una rápida fuente de energía que puede mitigar la sensación de fatiga general. Así, el simple acto de tomar algo para el dolor puede generar un efecto placebo que nos haga sentir una leve mejoría, atribuyendo erróneamente el alivio al componente equivocado de la mezcla: el azúcar, en lugar de al agua y a la propia recuperación natural del cuerpo.