El Camino de Santiago esconde tesoros que van más allá de la icónica Catedral de Santiago o los viñedos de La Rioja, auténticos hitos que todo peregrino guarda en su retina. Sin embargo, la verdadera esencia de la ruta jacobea a menudo reside en susurros, en desvíos no señalizados y en joyas arquitectónicas que han logrado esquivar el paso del tiempo y el turismo masivo. Existe un lugar así, un enclave mágico que fusiona la fe, el arte y la naturaleza de una manera sobrecogedora, esperando ser descubierto por aquellos viajeros que buscan algo más que seguir las flechas amarillas. Un vestigio de un reino perdido en un valle que parece detenido en el tiempo.
Este rincón olvidado, lejos del bullicio del Camino Francés, representa una de las páginas más fascinantes de la historia del norte peninsular. Imaginar una capilla del siglo X, erigida por condes para albergar reliquias sagradas, en un paraje de una belleza tan abrumadora que parece irreal, es el punto de partida de una aventura diferente. Se trata de un viaje dentro del propio viaje, una pequeña peregrinación hacia uno de los secretos mejor guardados de todo el Camino de Santiago, donde la piedra, la leyenda y el silencio narran una historia de supervivencia y espiritualidad que conecta directamente con las raíces más profundas de nuestra cultura y que muy pocos tienen el privilegio de conocer.
2LA LEYENDA FORJADA EN PIEDRA Y FE
La historia de Santa María de Lebeña está íntimamente ligada a la leyenda y a las reliquias. Se cuenta que los condes la mandaron construir para albergar y proteger algunos de los restos de Santo Toribio de Astorga, cuyos despojos habían sido trasladados al cercano monasterio de Santo Toribio de Liébana para protegerlos de las incursiones musulmanas. Esta devoción, tejida en torno a la protección de lo sagrado, dotó al lugar de un aura especial desde su misma concepción. El templo no era solo un lugar de culto, sino un cofre de piedra destinado a custodiar la memoria y la fe de un pueblo en un periodo convulso de la historia de la península.
Esta conexión con las reliquias y con el vecino monasterio, que custodia el Lignum Crucis —el trozo que se considera más grande de la cruz de Cristo—, convierte a Lebeña en un punto neurálgico de espiritualidad. La tradición popular sostiene que la propia iglesia fue un santuario de paso para peregrinos que se desviaban del Camino de Santiago principal para venerar estas sagradas reliquias mucho antes de que se popularizara la ruta jacobea tal y como la conocemos. Así, cada piedra de Santa María parece susurrar historias de peregrinos anónimos, de fe inquebrantable y de un profundo sentido de trascendencia que impregna todo el valle de Liébana.