sábado, 2 agosto 2025

En Zaragoza existe un desierto que se convierte en lago: el espectáculo natural que solo ocurre en primavera

En la provincia de Zaragoza se esconde un paraje de una belleza tan insólita como efímera, un lugar donde la naturaleza parece jugar a los extremos. Hablamos de un territorio que durante gran parte del año presenta una faz desértica, casi lunar, pero que con la llegada de las lluvias primaverales se transforma en un complejo lagunar lleno de vida. Este fenómeno, un ecosistema de contrastes tan extremos que desafía la lógica, convierte a esta zona de la depresión del Ebro en un destino imprescindible para los amantes de lo singular, un espectáculo que demuestra que los mayores tesoros naturales a menudo se encuentran donde menos se espera, lejos de los circuitos convencionales y las postales más repetidas.

Publicidad

Este enclave mágico no es otro que las Saladas de Chiprana, un conjunto de lagunas estacionales de origen endorreico que conforman uno de los humedales salinos más importantes y mejor conservados de toda Europa Occidental. Su valor es tal que el Gobierno de Aragón las protege bajo la figura de Reserva Natural Dirigida, una categoría que subraya su fragilidad y la necesidad de un cuidado exquisito. Lo que intriga y fascina es su dualidad, la capacidad de este paisaje para resucitar con cada aguacero, pasando de ser un salar cuarteado por el sol a un refugio vital para una biodiversidad única y adaptada a unas condiciones de supervivencia que rozan lo imposible.

2
CUANDO EL AGUA DESAPARECE: EL DESIERTO BLANCO DE ZARAGOZA

Durante los largos y tórridos meses de verano, y en los años de especial sequía, las Saladas de Chiprana ofrecen su cara más implacable y desértica. El agua se retira por completo, y en su lugar, el paisaje se transforma en una llanura blanca y cegadora, una costra de sal cristalizada que cruje bajo los pies y refleja la luz del sol con una intensidad casi hiriente. Este manto salino puede alcanzar varios centímetros de espesor, creando patrones poligonales y eflorescencias que dibujan un panorama de una belleza austera y sobrecogedora. Es la imagen de un desierto químico, un lugar aparentemente estéril donde la vida parece haber perdido la batalla.

Sin embargo, esta apariencia de muerte es solo un espejismo, una pausa estratégica en el ciclo vital del humedal. Bajo la costra de sal y en el barro reseco, la vida aguarda pacientemente en formas resistentes a la desecación. Semillas de plantas especializadas y huevos de pequeños crustáceos permanecen en, un estado de latencia a la espera de condiciones más favorables, un arca de Noé microscópica que garantiza la supervivencia del ecosistema. Esta fase seca es tan crucial como la húmeda, pues prepara el escenario para la explosión biológica que está por venir, demostrando la increíble capacidad de adaptación de la naturaleza en un entorno tan hostil como este de Zaragoza.

Publicidad
Publicidad