En la provincia de Zaragoza se esconde un paraje de una belleza tan insólita como efímera, un lugar donde la naturaleza parece jugar a los extremos. Hablamos de un territorio que durante gran parte del año presenta una faz desértica, casi lunar, pero que con la llegada de las lluvias primaverales se transforma en un complejo lagunar lleno de vida. Este fenómeno, un ecosistema de contrastes tan extremos que desafía la lógica, convierte a esta zona de la depresión del Ebro en un destino imprescindible para los amantes de lo singular, un espectáculo que demuestra que los mayores tesoros naturales a menudo se encuentran donde menos se espera, lejos de los circuitos convencionales y las postales más repetidas.
Este enclave mágico no es otro que las Saladas de Chiprana, un conjunto de lagunas estacionales de origen endorreico que conforman uno de los humedales salinos más importantes y mejor conservados de toda Europa Occidental. Su valor es tal que el Gobierno de Aragón las protege bajo la figura de Reserva Natural Dirigida, una categoría que subraya su fragilidad y la necesidad de un cuidado exquisito. Lo que intriga y fascina es su dualidad, la capacidad de este paisaje para resucitar con cada aguacero, pasando de ser un salar cuarteado por el sol a un refugio vital para una biodiversidad única y adaptada a unas condiciones de supervivencia que rozan lo imposible.
3EL MILAGRO DE LA PRIMAVERA: LA EXPLOSIÓN DE VIDA EN EL LAGO EFÍMERO
La llegada de las lluvias primaverales es el detonante del gran milagro. El agua dulce disuelve la capa de sal y anega la cubeta, devolviendo a las Saladas su condición de lago. Es entonces cuando se produce, un fenómeno que transforma por completo el ecosistema, pasando del silencio y la quietud del verano al bullicio de una actividad frenética. El paisaje cambia de color, del blanco puro a tonos ocres, verdosos y rojizos, dependiendo de la profundidad del agua y de los microorganismos que comienzan a proliferar. La metamorfosis es tan rápida y espectacular que parece un acto de magia orquestado por la propia naturaleza.
En cuestión de días, lo que era un desierto salino se convierte en una sopa de vida. Los huevos de los crustáceos, especialmente los de la Artemia salina, eclosionan masivamente, llenando las aguas de un color anaranjado característico. Esta súbita abundancia de alimento atrae a miles de aves acuáticas que encuentran en este humedal temporal un punto vital para alimentarse y descansar durante sus migraciones. En este rincón de la provincia de Zaragoza, el agua actúa como el catalizador de una explosión de vida, un festín que dura apenas unas semanas o meses, hasta que el ciclo de la evaporación vuelve a imponer su ley.