miércoles, 6 agosto 2025

En Zaragoza existe un desierto que se convierte en lago: el espectáculo natural que solo ocurre en primavera

En la provincia de Zaragoza se esconde un paraje de una belleza tan insólita como efímera, un lugar donde la naturaleza parece jugar a los extremos. Hablamos de un territorio que durante gran parte del año presenta una faz desértica, casi lunar, pero que con la llegada de las lluvias primaverales se transforma en un complejo lagunar lleno de vida. Este fenómeno, un ecosistema de contrastes tan extremos que desafía la lógica, convierte a esta zona de la depresión del Ebro en un destino imprescindible para los amantes de lo singular, un espectáculo que demuestra que los mayores tesoros naturales a menudo se encuentran donde menos se espera, lejos de los circuitos convencionales y las postales más repetidas.

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Este enclave mágico no es otro que las Saladas de Chiprana, un conjunto de lagunas estacionales de origen endorreico que conforman uno de los humedales salinos más importantes y mejor conservados de toda Europa Occidental. Su valor es tal que el Gobierno de Aragón las protege bajo la figura de Reserva Natural Dirigida, una categoría que subraya su fragilidad y la necesidad de un cuidado exquisito. Lo que intriga y fascina es su dualidad, la capacidad de este paisaje para resucitar con cada aguacero, pasando de ser un salar cuarteado por el sol a un refugio vital para una biodiversidad única y adaptada a unas condiciones de supervivencia que rozan lo imposible.

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MANUAL DEL EXPLORADOR: DESCUBRIENDO LAS SALADAS COMO UN AUTÉNTICO NATURALISTA

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Visitar las Saladas de Chiprana requiere cierta planificación para poder disfrutar del espectáculo en su máximo esplendor, que suele coincidir con la primavera, entre los meses de marzo y mayo, siempre dependiendo del régimen de lluvias de ese año. Es fundamental ir equipado con unos buenos prismáticos, ya que, la observación de aves es una de las actividades estrella, y una cámara de fotos para inmortalizar los contrastes cromáticos del paisaje. El silencio y la paciencia son los mejores aliados del visitante, que debe moverse con sigilo para no perturbar a la fauna local que habita este paraje de Zaragoza.

Al tratarse de una Reserva Natural Dirigida, el respeto por el entorno es la norma principal. Existen senderos y observatorios habilitados para facilitar la visita sin dañar el frágil ecosistema. Está terminantemente prohibido salirse de los caminos marcados, recolectar plantas o minerales y, por supuesto, molestar a los animales. Comprender que se está en un espacio protegido es clave para garantizar su preservación futura. La visita se convierte así no solo en una experiencia estética, sino también en una lección de ecología, donde el respeto por el entorno es fundamental para su conservación y para que las futuras generaciones también puedan maravillarse con este desierto de Zaragoza que se convierte en lago.

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