sábado, 2 agosto 2025

El síndrome del ‘corazón en vacaciones’: por qué los infartos aumentan un 20% en agosto

Las vacaciones son el momento más esperado del año, un oasis de descanso y desconexión que asociamos con la felicidad y el bienestar. Sin embargo, detrás de esa imagen idílica de tumbonas y chiringuitos, se esconde una paradoja tan sorprendente como peligrosa. Es precisamente en agosto, el mes de las vacaciones por excelencia, cuando el riesgo de sufrir un infarto de miocardio aumenta hasta un 20% en nuestro país. Esta cifra, respaldada por la Sociedad Española de Cardiología, destapa una realidad incómoda: el periodo que consideramos más seguro para nuestra salud puede convertirse en una auténtica trampa para el corazón.

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Este fenómeno tiene nombre y no es ninguna invención: se conoce como el síndrome del «corazón en vacaciones». No se trata de una enfermedad en sí misma, sino de la tormenta perfecta que se desata cuando coinciden una serie de factores de riesgo asociados a este periodo. El cambio brusco de rutina, los excesos con la comida y la bebida, el calor extremo y la deshidratación se combinan para poner a prueba nuestro sistema cardiovascular, un cóctel explosivo que puede tener consecuencias fatales, especialmente para aquellas personas que ya tienen una patología cardiaca de base sin saberlo.

EL DESCANSO QUE MATA: LA GRAN PARADOJA DEL VERANO

EL DESCANSO QUE MATA: LA GRAN PARADOJA DEL VERANO

La cultura de las vacaciones en España es sinónimo de ruptura total. Durante once meses vivimos bajo el yugo de los horarios, las dietas equilibradas y las rutinas de ejercicio moderado. Al llegar agosto, desconectamos el piloto automático y nos entregamos al «carpe diem» más absoluto. Se relajan los horarios de las comidas, se duerme menos o a deshoras y se abandonan los hábitos saludables que tanto nos cuesta mantener durante el resto del año, una liberación que nuestro cuerpo, acostumbrado a un ritmo constante, interpreta como una agresión. Este cambio radical es el primer gran estresor para nuestro corazón.

Este choque no es solo psicológico, sino profundamente fisiológico. El cuerpo humano es un organismo de costumbres, regulado por ritmos circadianos que controlan todo, desde la presión arterial hasta la frecuencia cardiaca. Cuando alteramos bruscamente estos patrones, el sistema se descompensa. De repente, el corazón tiene que trabajar en un entorno caótico y con nuevas exigencias para las que no está preparado, lo que provoca un estrés cardiovascular significativo. Es la paradoja del descanso: buscando relajarnos, sometemos a nuestro órgano más vital a una tensión extraordinaria.

EL CÓCTEL EXPLOSIVO: COMIDA, BEBIDA Y CALOR

Los excesos gastronómicos son los protagonistas indiscutibles de las vacaciones. Las tapas en el chiringuito, las paellas familiares, las cenas copiosas y tardías y los helados se convierten en la norma. Este cambio en la dieta, rico en grasas saturadas, sal y azúcares, tiene un impacto inmediato en nuestra salud cardiovascular. Dispara los niveles de colesterol y triglicéridos, eleva la presión arterial y aumenta la viscosidad de la sangre, lo que obliga al corazón a bombear con más fuerza para hacer circular la sangre por las arterias. Es un sobreesfuerzo que puede ser la gota que colma el vaso.

A este festín se le suma el alcohol, cuyo consumo se dispara durante el verano. Las cervezas frías, el tinto de verano o los cócteles no solo aportan calorías vacías, sino que tienen un efecto directo sobre el corazón. El alcohol es un potente deshidratante y puede provocar arritmias, como la fibrilación auricular, incluso en personas sanas. Si a esto le añadimos el calor sofocante de agosto, que ya de por sí nos deshidrata y aumenta la frecuencia cardíaca para regular la temperatura corporal, el resultado es una combinación peligrosísima que multiplica el riesgo de sufrir un evento cardiaco.

CUANDO LA RUTINA SE DESVANECE: EL PELIGRO DE «DEJARSE LLEVAR»

CUANDO LA RUTINA SE DESVANECE: EL PELIGRO DE "DEJARSE LLEVAR"

Uno de los peligros más silenciosos y subestimados del periodo estival es el abandono de la medicación. Millones de españoles toman a diario pastillas para controlar la hipertensión, el colesterol o la diabetes. Al romper con la rutina diaria durante las vacaciones, es alarmantemente fácil olvidar tomar estos fármacos. El clásico «se me ha olvidado el pastillero» o la simple relajación de los horarios pueden dejar al paciente desprotegido durante días, un olvido que puede desestabilizar por completo una patología crónica que estaba bajo control y exponer al corazón a un riesgo altísimo.

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En el otro extremo del espectro está el ejercicio físico. Durante las vacaciones, pasamos de un sedentarismo casi absoluto en la oficina a dos comportamientos opuestos, ambos peligrosos. O bien nos abandonamos al sedentarismo total en la playa o la piscina, o bien nos lanzamos a realizar actividades físicas intensas para las que no estamos preparados. El partido de pádel a las cuatro de la tarde, la caminata por la montaña bajo un sol de justicia o nadar largas distancias sin entrenamiento previo, someten al corazón a un esfuerzo súbito y extremo para el que no está acostumbrado.

LAS SEÑALES DE ALARMA QUE IGNORAMOS EN LA TUMBONA

El mayor enemigo del corazón durante el descanso es la propia relajación mental. Los síntomas que nos pondrían en alerta máxima en nuestra vida cotidiana, como un dolor en el pecho, dificultad para respirar, mareos o una sudoración fría, tienden a ser minimizados en un entorno vacacional. Es muy común atribuir estas señales a un corte de digestión, al calor, al cansancio o a la resaca del día anterior, retrasando la crucial decisión de buscar ayuda médica. Pensamos «ya se me pasará», un error que puede costar la vida.

Este retraso en el diagnóstico es especialmente grave porque el tiempo es oro en un infarto. Cada minuto que pasa sin atención médica, una parte del músculo cardiaco muere por falta de oxígeno. Durante las vacaciones, además, es frecuente que nos encontremos en zonas rurales o costeras más alejadas de los grandes hospitales con unidades de hemodinámica. La combinación de ignorar los síntomas y estar en un lugar remoto, reduce drásticamente las posibilidades de supervivencia y aumenta el riesgo de secuelas graves. La negación y la distancia son aliados letales.

DISFRUTAR DEL VERANO SIN JUGARTE LA VIDA: LA PREVENCIÓN ES LA CLAVE

DISFRUTAR DEL VERANO SIN JUGARTE LA VIDA: LA PREVENCIÓN ES LA CLAVE

Disfrutar de unas merecidas vacaciones no tiene por qué ser sinónimo de poner en riesgo nuestra salud. La clave, como siempre, reside en el sentido común y la moderación. No se trata de renunciar a los placeres del verano, sino de equilibrarlos. Podemos disfrutar de la gastronomía local sin necesidad de que todas las comidas sean copiosas, alternar las bebidas alcohólicas con abundante agua para mantener una buena hidratación y buscar la sombra en las horas centrales del día. También es fundamental, no olvidar nunca la medicación pautada para las enfermedades crónicas.

En cuanto a la actividad física, lo ideal es mantener una rutina suave y constante, como un paseo por la orilla del mar a primera o última hora del día. Si se quiere practicar un deporte más intenso, hay que hacerlo de forma progresiva y evitando las horas de más calor. En definitiva, se trata de entender que las vacaciones son para cuidar el cuerpo y la mente, no para castigarlos. Porque el verdadero descanso no consiste en abandonarse, sino en encontrar un equilibrio que nos permita recargar las pilas de forma saludable y volver a la rutina con el corazón más fuerte que nunca.

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