El truco del ‘sol artificial’ en los restaurantes es mucho más que una simple elección decorativa, se trata de una poderosa herramienta psicológica diseñada para influir directamente en nuestro comportamiento. La ciencia, y en concreto un revelador estudio de la Universidad de Valencia, confirma que la exposición a una iluminación de tonos cálidos y amarillentos no solo nos hace sentir más cómodos, sino que estimula nuestro apetito de una forma asombrosa. Esta manipulación sutil del ambiente, una estrategia de neuromarketing tan sutil como efectiva que nos incita a consumir más sin que seamos conscientes de ello, y que apela directamente a nuestros instintos más primarios. Nos predispone a bajar la guardia, a relajarnos y, en consecuencia, a pedir más.
Esta estrategia lumínica busca replicar la calidez del atardecer o la luz de las velas, momentos que nuestro cerebro asocia evolutivamente con la seguridad, el descanso y la recompensa tras una larga jornada. Al sumergirnos en esta atmósfera dorada, los locales de hostelería no solo venden comida, sino que venden una experiencia de confort y bienestar. Se crea así, un ambiente que nos predispone a bajar la guardia, a sentirnos a gusto y, en consecuencia, a prolongar la estancia y el consumo, transformando una simple cena en una experiencia mucho más rentable para el negocio. La próxima vez que te encuentres en un local particularmente acogedor, presta atención a la luz; es muy probable que no sea una casualidad.
1LA CIENCIA OCULTA DETRÁS DE CADA BOCADO: EL PODER DE LA LUZ CÁLIDA
La investigación llevada a cabo por la Universidad de Valencia, junto con otros estudios sobre neuromarketing, arroja luz sobre los mecanismos fisiológicos que se activan. La luz cálida, a diferencia de la fría y azulada, tiene un efecto directo en nuestro sistema nervioso. Concretamente, la luz cálida inhibe la producción de melatonina, la hormona del sueño, manteniéndonos más despiertos y predispuestos a socializar y comer, a diferencia de las luces frías o blancas, más asociadas a entornos de trabajo y concentración. Este estado de alerta relajada es el caldo de cultivo perfecto para un mayor consumo, ya que nos sentimos con energía pero sin el estrés que inhibiría el apetito.
Además del efecto hormonal, la iluminación amarillenta tiene un impacto directo en cómo percibimos los alimentos que tenemos delante. Los colores cálidos de la comida, como los rojos de la carne, los amarillos de las patatas o los naranjas de una salsa, se ven intensificados y más vibrantes bajo este tipo de luz. Muchos restaurantes son conscientes de que esto provoca que la comida parezca más apetitosa y fresca, haciendo que los platos parezcan más frescos, sabrosos y visualmente atractivos, un factor determinante a la hora de decidir si pedimos ese postre extra que en un principio no contemplábamos. Comer, al final, es una experiencia que empieza por los ojos.