El uso del GPS se ha convertido en una extensión casi natural de nuestra capacidad para conducir, un copiloto digital silencioso que nos guía por el laberinto de asfalto de ciudades y carreteras. Confiamos en su voz metálica y en sus mapas precisos para llegar a nuestro destino, optimizando rutas y evitando atascos. Sin embargo, en esta dependencia cotidiana se esconde una trampa legal que muchos conductores desconocen por completo, una herramienta que nos guía puede convertirse en la causa de una sanción económica considerable sin necesidad de cometer un exceso de velocidad ni saltarse una señal. Un simple gesto, el de colocar el soporte del móvil o del navegador en el lugar equivocado, puede transformar un viaje tranquilo en un problema inesperado con las autoridades de tráfico, demostrando que a veces el peligro no está en el camino, sino en cómo lo miramos.
La normativa de tráfico es extensa y, en ocasiones, sujeta a interpretaciones que pillan por sorpresa al ciudadano medio, y este es un caso de manual. No se trata de una nueva ley ni de una campaña específica de la Dirección General de Tráfico, sino de la aplicación de un principio básico de seguridad vial que siempre ha estado ahí. El problema radica en que la tecnología ha avanzado más rápido que nuestros hábitos al volante, la clave reside en un detalle que miles de conductores ignoran cada día al subir a su vehículo y colocar el teléfono en el primer soporte que encuentran. La diferencia entre una conducción legal y una infracción de doscientos euros no depende de la aplicación que uses, sino exclusivamente de los centímetros de parabrisas que decides sacrificar por comodidad.
2MÁS ALLÁ DEL NAVEGADOR: LA PLAGA DE LAS DISTRACCIONES MODERNAS

Aunque el foco de esta normativa se ha popularizado a través del mal uso del soporte del GPS, el principio legal abarca un espectro mucho más amplio de comportamientos. El problema de fondo es la distracción al volante, uno de los principales factores de siniestralidad en nuestras carreteras. Colocar el navegador en una zona indebida es solo una de las muchas manifestaciones de este riesgo, cualquier elemento que desvíe nuestra atención de la carretera supone un riesgo similar, ya sea una conversación por el manos libres que nos abstrae de la realidad o la simple tentación de mirar una notificación en la pantalla. La seguridad vial exige una dedicación exclusiva, y la tecnología, mal gestionada, es su principal enemiga.
El acto de conducir es una tarea compleja que requiere la totalidad de nuestros recursos cognitivos, desde la percepción visual hasta la toma de decisiones en fracciones de segundo. Manipular un dispositivo mientras se está en movimiento, incluso para ajustar una ruta en el GPS, rompe esa concentración vital. El conductor deja de procesar información crucial de su entorno, como la velocidad del coche de delante o las intenciones de un peatón, la manipulación de estos aparatos mientras se conduce multiplica exponencialmente el riesgo de accidente. La multa de 200 euros, en este contexto, no es más que un recordatorio administrativo de una verdad mucho más grave: una distracción de un segundo puede tener consecuencias irreparables.