jueves, 7 agosto 2025

El pueblo español que desaparece 6 meses al año bajo el agua y nadie te cuenta cuándo

La historia de este pueblo gallego es un relato fascinante sobre la memoria y el olvido, un lugar que se niega a morir por completo. Su aparición es un espectáculo fantasmagórico que atrae a curiosos y nostálgicos, dejando al descubierto las cicatrices de un pasado abruptamente interrumpido por la construcción de un embalse. La pregunta que flota en el aire no es solo qué le ocurrió, sino cuándo volverá a mostrar su esqueleto de piedra al mundo, un secreto que solo la sequía y la gestión de la presa conocen. Un misterio que convierte a la pequeña aldea de Aceredo en un símbolo poderoso de la fragilidad de nuestros paisajes y de las decisiones que los moldean para siempre.

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Lo que hoy es un espejismo que emerge de las aguas fue en su día un núcleo de vida rural en la comarca de la Baixa Limia, en Ourense. La vida transcurría al ritmo de las estaciones, con sus celebraciones, sus cosechas y sus rutinas, hasta que el progreso, en forma de un gran proyecto hidroeléctrico, llamó a su puerta con una sentencia irrevocable. La decisión de construir el embalse de Lindoso en territorio portugués, pero anegando tierras españolas, supuso el principio del fin para Aceredo y otras aldeas vecinas. Fue un drama silencioso para muchos, un sacrificio en el altar de la energía que dejó una herida profunda en el corazón de la comarca.

EL PACTO QUE AHOGÓ UNA VIDA ENTERA

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Todo comenzó a gestarse en despachos lejanos, muy lejos del murmullo del río Limia y de las preocupaciones de sus gentes. El 29 de mayo de 1968, los gobiernos de España y Portugal, entonces bajo las dictaduras de Franco y Salazar respectivamente, firmaron el Convenio sobre el aprovechamiento hidroeléctrico de los tramos internacionales de varios ríos, entre ellos el Miño y el Limia. Este acuerdo, presentado como un hito de cooperación y desarrollo, fue en realidad la partida de defunción para varios núcleos rurales que quedarían sepultados bajo las aguas. Aceredo, Buscalque, O Vao y Reloeira fueron los condenados en la parte española, un precio humano y cultural que se consideró asumible frente a la promesa de megavatios.

La noticia cayó como una losa sobre los vecinos, que vieron cómo su mundo se desmoronaba por una decisión burocrática. La empresa portuguesa EDP, encargada del proyecto, inició un largo y doloroso proceso de expropiación forzosa que se prolongó durante años. Las ofertas económicas fueron consideradas irrisorias por la mayoría, lo que generó un clima de tensión y resistencia ante lo que sentían como un expolio consentido por las autoridades. La lucha por una compensación justa fue desigual y agotadora, un enfrentamiento entre la vida arraigada a la tierra y los intereses de un estado que ya había decidido el destino de aquel pueblo.

CRÓNICA DE UNA RESISTENCIA IGNORADA

Los habitantes de Aceredo no aceptaron su destino a pies juntillas y decidieron plantar cara a la todopoderosa empresa eléctrica y a la indiferencia de la administración. Se organizaron manifestaciones, encierros y actos de protesta que buscaron dar visibilidad a su causa, intentando desesperadamente que su voz se escuchara más allá de las fronteras de su pequeño valle. Encabezados por una parte de la corporación municipal de Lobios, los vecinos se negaron a firmar las actas de ocupación y a abandonar sus hogares, en un gesto de dignidad que desafiaba la lógica implacable del progreso. Fue una resistencia numantina, cargada de emoción y apego a sus raíces.

A pesar de la tenacidad, la batalla estaba perdida de antemano. El 8 de enero de 1992, las compuertas del embalse de Lindoso se cerraron y las aguas comenzaron su lento pero imparable ascenso. Ese día marcó el éxodo definitivo, con familias enteras recogiendo sus enseres entre lágrimas y rabia, mientras veían cómo el agua empezaba a lamer las paredes de las casas donde habían nacido y crecido. El último adiós a su pueblo fue un momento de profundo desgarro, la crónica de una muerte anunciada que dejaba tras de sí un paisaje inundado y decenas de vidas desarraigadas, obligadas a empezar de cero en otro lugar.

EL REGRESO DEL GIGANTE DORMIDO BAJO EL LIMO

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Durante décadas, Aceredo permaneció en el olvido, sumergido bajo una inmensa masa de agua que ocultaba su historia. Sin embargo, los ciclos de sequía cada vez más severos y prolongados en la península ibérica comenzaron a obrar el milagro inverso. Cuando el nivel del embalse cae por debajo del quince por ciento de su capacidad, el antiguo pueblo emerge como una Atlántida de interior, ofreciendo una visión espectral y sobrecogedora. Las calles de piedra, las paredes de las casas y los hórreos vuelven a ver la luz del sol, cubiertos por una gruesa capa de lodo agrietado que le confiere un aspecto aún más fantasmagórico.

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Lo más impactante de estas apariciones no es solo la estructura del pueblo, sino los detalles de la vida cotidiana que el agua y el fango han conservado de forma inquietante. Se pueden ver los restos de una vieja fuente, el esqueleto oxidado de un coche abandonado con prisa, botellas apiladas en el mostrador del antiguo bar o herramientas agrícolas olvidadas en un pajar. Cada objeto cuenta una historia, convirtiendo un paseo por sus calles en un viaje en el tiempo, una experiencia inmersiva y melancólica que conecta directamente con el último día de vida del pueblo. Es un museo al aire libre de la memoria y la pérdida.

VOCES DE LA MEMORIA: EL TURISMO DEL RECUERDO

La reaparición periódica de Aceredo ha dado lugar a un fenómeno conocido como «turismo de sequía». Cada vez que las aguas se retiran, cientos de curiosos y fotógrafos acuden en masa para caminar por sus calles silenciosas, atraídos por el morbo y la belleza decadente de un paisaje que parece sacado de una película postapocalíptica. Este flujo de visitantes ha puesto al pueblo fantasma en el mapa, convirtiéndolo en un destino insólito que genera una mezcla de fascinación y respeto. Sin embargo, este interés masivo también plantea debates sobre la conservación de las ruinas y el respeto debido a un lugar que fue el hogar de muchas familias.

Para los antiguos habitantes y sus descendientes, cada emersión es un acontecimiento agridulce. Muchos regresan en una suerte de peregrinaje para buscar los restos de sus casas, señalar a sus hijos o nietos dónde estaba la cocina o el huerto y revivir los recuerdos de una vida que les fue arrebatada. Sus testimonios son el alma de este lugar, la prueba viviente de que detrás de cada muro de piedra había risas, sueños y una comunidad vibrante. Su memoria es el contrapunto humano a la espectacularidad de las ruinas, recordando que este pueblo no es solo un conjunto de edificios, sino el cementerio de una forma de vida.

ACEREDO, EL ESPEJO DE NUESTRO FUTURO INCIERTO

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El caso de Aceredo, aunque dramático, no es único en la geografía española, salpicada de pueblos sumergidos por la construcción de embalses durante el siglo XX, como Granadilla en Cáceres o Mansilla de la Sierra en La Rioja. Cada uno de estos lugares comparte una historia similar de desplazamiento forzoso y pérdida cultural en nombre del desarrollo. Este pueblo gallego, sin embargo, se ha convertido en el más icónico de todos, quizás porque su reaparición es un recordatorio visual y potente del coste humano que a menudo se esconde detrás de las grandes infraestructuras. Es el fantasma que regresa para contarnos una historia que muchos preferirían olvidar.

La incertidumbre sobre cuándo volverá a emerger Aceredo es, en última instancia, su mensaje más poderoso. Su visibilidad está directamente ligada a la escasez de agua, convirtiéndolo en un barómetro desolador del cambio climático y de la gestión de nuestros recursos hídricos. La imagen de este pueblo que aparece y desaparece a merced de la sequía es una metáfora perfecta de la vulnerabilidad de nuestro entorno y de un futuro cada vez más impredecible. Aceredo ya no es solo un recuerdo del pasado, sino una advertencia inquietante de lo que podría estar por venir, un espejo en el que se refleja nuestra propia fragilidad.

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