martes, 12 agosto 2025

Tengo 50 años y más energía que con 30: el sencillo cambio en mi cena que lo transformó todo

Mi relación con la cena siempre fue de rendición incondicional, el premio al final de un día agotador. Con 50 años cumplidos, había aceptado con resignación que el cansancio crónico, esa neblina mental por las mañanas y la sensación de arrastrarme hasta el fin de semana eran, simplemente, peajes de la edad. Lo que jamás imaginé es que la solución no estaba en complicadas dietas ni en caros suplementos, sino en un ajuste casi ridículo en mi última comida del día. Un cambio que, sin exagerar, me ha devuelto una vitalidad que creía perdida para siempre.

Publicidad

Llegar a esta revelación no fue un camino de rosas. Fue un proceso de prueba y error, de escuchar más a mi cuerpo y menos a las costumbres arraigadas. Porque, seamos sinceros, nos han enseñado que la vida es así: a más años, menos energía. Pero, ¿y si fuera una de las grandes mentiras que nos contamos? Hoy puedo decir que un cambio consciente en mi alimentación nocturna ha tenido un impacto más profundo en mi bienestar que cualquier otra cosa. Esto no es la historia de una dieta milagro, sino la de cómo un pequeño gesto puede provocar una auténtica revolución interior.

1
EL MURO INVISIBLE DE LOS 50: ASÍ ERA MI CANSANCIO

Fuente Pexels

Hasta hace no mucho, mis días empezaban con el sonido del despertador como si fuera un martillazo. Abría los ojos y ya me sentía cansado, con el cuerpo pesado y la mente espesa. Durante años lo achaqué a todo: el estrés del trabajo, la falta de sueño, el simple hecho de cumplir años. La energía me duraba hasta mediodía y las tardes eran una lucha constante contra el bostezo. Mi cena se convertía en un refugio, un momento de placer descontrolado con platos contundentes que, creía yo, me «recompensaban» por el esfuerzo diario.

La rutina era casi siempre la misma: platos de pasta, alguna pizza, un buen guiso de cuchara o lo que hubiera sobrado del mediodía, a menudo en cantidades generosas. Me iba a la cama con el estómago lleno, una sensación que confundía con saciedad y bienestar. El resultado era un sueño intranquilo, lleno de interrupciones, y una digestión pesada que trabajaba a destajo toda la noche. Por la mañana, lejos de sentirme reparado, la sensación era la de haber corrido una maratón mientras dormía, y el ciclo volvía a empezar.

Atrás
Publicidad
Publicidad