Asturias guarda en su costa occidental uno de esos pueblos que parecen detenidos en el tiempo, donde la vida sigue girando alrededor del mar y de la ría que marca la frontera natural con Galicia. Las casas blancas trepan por la ladera y enmarcan un casco antiguo lleno de balcones y calles empedradas que cuentan historias de navegantes y comerciantes. El reflejo cambiante del agua, a veces azul intenso y otras gris plateado, acompaña la rutina de un lugar donde el rumor de las gaviotas se mezcla con el aroma de un producto que se ha convertido en seña de identidad local: las ostras.
Quien recorre este rincón de Asturias descubre una paleta de colores marcada por el verde de los prados, el blanco de la arquitectura popular y el azul del Cantábrico. La tradición marinera está presente en cada detalle, con hórreos en el paisaje rural, plazas donde se concentra la vida vecinal y una gastronomía que aprovecha lo mejor de cada temporada. Aunque son varios los pueblos que comparten este espíritu, pocos como Castropol pueden presumir de unir historia, naturaleza y sabor de una manera tan genuina.
1Castropol, una joya histórica de Asturias junto a la ría

Asturias sorprende con pueblos llenos de carácter, y Castropol es un ejemplo perfecto. Situado en lo alto de una colina y declarado Conjunto Histórico, conserva un trazado medieval con casonas blasonadas, capillas centenarias y ejemplos de arquitectura indiana que recuerdan el regreso de quienes emigraron a América. Entre sus tesoros destacan la iglesia de Santiago Apóstol, la capilla del Campo y el parque Vicente Loriente, un balcón ajardinado hacia la Ría del Eo y la vecina Galicia.
La vida de Castropol siempre ha estado ligada al agua. Su puerto deportivo y pesquero es punto de encuentro para embarcaciones y para el Club de Mar, que desde 1949 ha llevado el nombre de la villa por competiciones de remo. Pasear por su frente marítimo permite apreciar cómo la marea transforma el paisaje, con bancos de arena, marismas y un ecosistema en el que descansan aves migratorias. Este vínculo con el mar no solo define su identidad, sino que también alimenta una de sus mayores riquezas gastronómicas.