El estrés es un enemigo silencioso que muchas veces se instala en la rutina diaria de las personas sin que ni siquiera lo noten. Aunque en ocasiones lo asociamos a problemas laborales, económicos o personales, también existen pequeños hábitos inconscientes que lo alimentan sin darnos cuenta. Uno de ellos se manifiesta incluso al hablar, un gesto tan común que pasa desapercibido, pero que podría estar disparando esa tensión que sentimos en el cuerpo y en la mente.
Expertos en psicología y comunicación no verbal señalan que, en medio de una conversación, algunos movimientos automáticos del rostro o las manos pueden activar respuestas físicas relacionadas con el estrés. El problema no radica en el gesto en sí, sino en la repetición constante que, con el tiempo, genera un estado de alerta innecesario para el organismo. Reconocer estas señales es el primer paso para reducirlas y recuperar una comunicación más relajada y consciente.
1El gesto que desencadena el estrés sin notarlo

El estrés puede intensificarse por un simple movimiento que realizamos al hablar: apretar los labios o tensar la mandíbula. Este gesto, aparentemente insignificante, activa la musculatura facial y envía al cerebro la señal de que estamos en un estado de defensa. La reacción, que podría tener sentido en una situación de peligro real, se convierte en un problema cuando ocurre en contextos cotidianos, como una reunión de trabajo o una charla informal.
Al mantener la mandíbula rígida de forma repetida, el cuerpo libera pequeñas dosis de cortisol, la hormona del estrés. Esa tensión acumulada no solo afecta a nivel emocional, sino que también puede provocar dolores de cabeza, fatiga muscular o incluso dificultades para dormir. Es un ejemplo claro de cómo un gesto automático puede tener un impacto mucho más profundo del que creemos.