La historia está llena de relatos de guerra, pero ninguna tan surrealista como la que enfrentó a un pequeño pueblo de Granada con toda una nación europea. Imagínate un conflicto bélico que dura 172 años, pero no te imagines trincheras ni batallas. Más bien piensa en un papel olvidado en un archivo, una contienda sin un solo disparo, sin un herido y sin que los enemigos supieran que lo eran. Es la increíble historia de cómo la burocracia puede ser más duradera que el odio.
Pensar que un pequeño pueblo andaluz se mantuvo en guerra con una potencia como Dinamarca durante casi dos siglos parece sacado de una película de Berlanga. Sin embargo, es una historia rigurosamente cierta, un increíble estado de guerra que se alargó por una razón tan humana como bochornosa. Y es que el motivo es casi más increíble que el propio hecho, nadie se acordó de ponerle fin de manera oficial hasta mucho, mucho tiempo después.
¿CÓMO ACABA UN PUEBLO DE GRANADA DECLARÁNDOLE LA GUERRA A UN PAÍS ENTERO?
Para entender este disparate hay que viajar a 1809, en plena Guerra de la Independencia. España, o al menos la parte que obedecía a José Bonaparte, era aliada de la Francia de Napoleón. En el otro bando, Dinamarca se había alineado con el gran enemigo de los franceses, el Reino Unido. De repente, aquel lejano país nórdico se convirtió en un adversario, la corporación municipal de Huéscar se sintió obligada a responder a la alianza danesa con los enemigos de Napoleón.
La noticia de esta enemistad recorrió el país, y el patriotismo exacerbado de la época hizo el resto. Lo que ocurría en los grandes campos de batalla de Europa tenía eco hasta en el último rincón de la península. Así, en un arrebato de lealtad a la causa napoleónica, el ayuntamiento granadino tomó una decisión drástica, un conflicto armado a miles de kilómetros provocó una reacción formal en un pueblo que ni siquiera aparecía en los mapas daneses.
PAPEL, PLUMA Y FURIA: EL DÍA QUE HUÉSCAR SE LANZÓ AL CONFLICTO
Imagina la escena: los regidores de Huéscar, reunidos con una solemnidad inusitada para un asunto tan lejano, deciden tomar cartas en el asunto. No podían enviar tropas, ni barcos, ni cañones, pero tenían algo igual de poderoso: la burocracia. Y así, con toda la pompa que la situación requería, un simple pleno municipal se convirtió en el escenario de un insólito acto de guerra contra la corona de Dinamarca. Se rompían las relaciones diplomáticas.
El documento que formalizaba el inicio de las hostilidades se redactó, se selló y, como mandaba el procedimiento, se guardó cuidadosamente en el archivo municipal. Y ahí empezó la segunda parte de la historia: el olvido. Ese papel se convirtió en un testigo mudo de la historia, quedó sepultado bajo montones de legajos sobre lindes, impuestos y licencias de obras durante más de un siglo y medio. Nadie volvió a pensar en él.
EL CONFLICTO QUE NADIE RECORDABA (NI LE IMPORTABA)
Pasaron los años. Terminó la Guerra de la Independencia, Fernando VII volvió al trono, hubo guerras carlistas, se proclamaron repúblicas y cayeron monarquías. España entera cambió, pero en Huéscar, técnicamente, seguían en guerra. Es uno de esos absurdos maravillosos que solo la historia puede escribir, los habitantes de Huéscar hicieron su vida sin saber que eran enemigos declarados de los daneses. Probablemente, hasta compraron productos daneses sin sospechar de su beligerancia.
Mientras tanto, en Dinamarca, la vida seguía su curso con una ignorancia aún mayor. Si en Huéscar lo habían olvidado, en Copenhague ni siquiera se habían enterado. Jamás recibieron notificación alguna de esta enemistad. Es más, para ellos España era una nación amiga, nunca existió constancia alguna en los archivos daneses de esta peculiar declaración de guerra por parte de un municipio granadino. El enemigo ni siquiera sabía que tenía un frente abierto en el sur de España.
UN HISTORIADOR, UN ARCHIVO Y LA SORPRESA DEL SIGLO
La historia podría haber quedado enterrada para siempre si no fuera por Vicente González Barberán, un historiador local que en 1981 se encontraba buceando en los archivos municipales. Mientras revisaba legajos antiguos, algo le llamó la atención: un acta del pleno de 1809. Al leerla no daba crédito a sus ojos, el documento probaba que el pueblo de Huéscar llevaba casi dos siglos en guerra con Dinamarca. La sorpresa en el ayuntamiento fue, como puedes imaginar, mayúscula.
La noticia corrió como la pólvora, primero en el pueblo, luego en la prensa nacional y finalmente llegó a oídos de los daneses. El hallazgo era tan cómico como fascinante. Se desató una pequeña locura mediática y diplomática. Lejos de crear un problema, aquello generó una ola de simpatía, el embajador danés en España de la época se tomó la noticia con un humor extraordinario. Había que poner fin a aquella enemistad olvidada.
172 AÑOS DESPUÉS, POR FIN SE FIRMA LA PAZ
El 11 de noviembre de 1981, justo 172 años después de la declaración de guerra, Huéscar se vistió de gala para firmar la paz. El alcalde del pueblo y el embajador de Dinamarca presidieron un acto solemne y multitudinario. No hubo rendiciones ni vencedores, solo risas, abrazos y un hermanamiento entre ambos lugares, se firmó un tratado de paz ante la atenta mirada de medios de comunicación de todo el mundo. El fin del conflicto fue una fiesta.
Desde entonces, Huéscar y la localidad danesa de Kolding están hermanadas, y esta increíble anécdota se ha convertido en una seña de identidad para el pueblo granadino. Es el perfecto recordatorio de que a veces la historia escribe los guiones más absurdos y maravillosos. Y es que aquel acto bélico olvidado se transformó en un lazo de amistad, una historia de guerra que acabó uniendo a dos pueblos en lugar de separarlos es la mejor lección que se puede aprender,